Se asienta sobre dos aspectos fundamentales. Por un lado y en primer lugar la gran interpretación de Meryl Streep, que efectúa otra de sus antológicas creaciones dando vida a un personaje real con una precisión asombrosa; y, por otro y en segundo plano la realización de Stephen Frears, que a pesar de no ser de las mejores de su filmografía, sí reconstruye con una estética exquisita y muy fiel el Nueva York de 1940 y una parte de su "distinguida" población. Por eso, porque esos pilares revelan su solvencia, la película interesa y atrae de forma paulatina. Es verdad que ya hubo una cinta francesa de 2015, Madame Marguerite, de Xavier Giannelli, que se inspiraba en esta mujer para contar una historia similar, pero ambientada en París y en los años veinte, si bien solo la que ahora se estrena adquiere el carácter de 'biopic' formal.

No obstante, la película podría definirse, asimismo, como un musical e incluso como un drama inspirado por la realidad. Florence Foster Jenkins fue, desde luego, una persona única y generosa que utilizó buena parte de su fortuna familiar en fomentar la música y convertirse en mecenas de muchos conciertos y actuaciones. La cinta nos la muestra ya madura, en 1940, con la segunda guerra mundial en ciernes, cuando su delicada salud, consecuencia de una sífilis que contrajo le noche de bodas con su primer marido, se hacia evidente.

A pesar de ello no perdió su eterna ilusión y es más, el impacto que le causó ver a la diva Lily Pons en el Carnagie Hall neoyorquino fue el detonante que le llevó a volver a los escenarios. No necesitó demasiado para convencer a su marido, el actor británico St. Clayr Bayfield, con el que estaba casada a pesar de que él vivía con su atractiva novia Kathleen. No sólo eso, la relación entre el matrimonio era tan relevante que Bayfield se ocupaba de satisfacer sus deseos de ser diva y de comprar a los críticos que juzgaban sus actuaciones. Un problema que adquirió matices grotescos cuando Florence actuó en el Carnagie Hill y llegó a hacer el ridículo, no consciente de que su voz provocaba el estupor y la risa generalizados ante miles de espectadores.