Está pensada y concebida para los innumerables incondicionales del célebre manga japonés One Piece, creado por Eichiro Oda en 1997, que se convirtió en serie de televisión en 1999 alcanzando una popularidad enorme, equiparable incluso a las de personajes de la dimensión de Naruto o Pokemon y es una película de animación que supone el primer largometraje para la pantalla grande del director Hiroaki Miyamoto.

Fiel a la secular tradición japonesa del género animado, inmerso en la técnica que le ha dado gloria pero con una estética kitsch que impacta en el espectador, su tendencia a llevar las cosas al extremo y el excesivo alargamiento de la cinta, que alcanza las dos horas, se convierten en sus peores enemigos. Un handicap que en parte compensa gracias a un guión, obra de Tsumotu Kuroiwa y Eichiro Oda, que además de original resulta llamativo y a menudo brillante. Y, por supuesto, que lleva implícito un ataque frontal al sistema capitalista y a las terribles injusticias que el mismo conlleva.

El personaje central del relato es Luffy, que se ha involucrado de lleno con el resto de los Piratas de Sombrero de Paja para seguir la estela de una llamativa embarcación dorada que, en realidad, es una isla con una longitud de 10 kilómetros convertida en una especie de Las Vegas infestada de luces de neón. Es más, ha logrado el estatus de estado independiente y es un lugar imprescindible para piratas, aventureros y millonarios, que suelen reunirse en el santuario esquivando el control gubernamental y bajo el manto protector del Rey del Casino, Gildo Tesoro, un ser despreciable que se ha hecho con el 20 por ciento del capital del mundo, que se equivoca al intentar una maniobra que pondrá en riesgo su vasto imperio económico y lucrativo.

Luffy y sus amigos tienen capacidad para acabar con el mismo. Con una combinación de humor, acción y fantasía y con un toque postmoderno en los dibujos que ponen de manifiesto la imaginación de los Estudios Toei y de sus sorprendentes y magníficos artesanos, la historia gustará a su legión de fans que se cuentan ya por millones en todo el mundo. Para el resto de espectadores la cosa, reconociendo sus virtudes, no resulta tan entusiasta.