Ha participado en programas como Muchachada Nui o en Nuevos Cómicos, de Paramount Comedy. Sin embargo, su andadura en el mundo de la televisión comenzó en el programa La Hora Chanante, ¿qué destacaría de esa experiencia?

La oportunidad del momento, sin duda. Después de varios años intentándolo en Londres y Tenerife, llegué a Madrid y toqué puertas. Para mi asombro, se me abrió la de este programa, que se emitía durante la época dorada de Paramount Comedy. Un tiempo en el que se le daba espacio a la gente que quería hacer cosas diferentes y reírse hasta de ellos mismos. Fue lo que me permitió entrar en el mundo de la televisión en este país y hacerme conocer dentro de un tipo de comedia más transgresora, más apelativa con el público.

Oficialmente su nombre es Ignacio Delgado Alemany, ¿utiliza un nombre artístico por algo en concreto?

Farray es el segundo apellido de mi padre e Ignatius viene por el personaje de la novela La conjura de los necios, un clásico en la novela de culto de los años 80. Durante mis años de instituto, un profesor de música me llamaba así porque decía que mi personalidad se parecía a dicho personaje. Grotesco, bruto, estrafalario, con un punto de vista muy idealista de la sociedad, apocalíptico, fatalista... En fin, el profesor me pasó el libro, todo un Quijote dentro del género de la comedia, y entonces comprendí mi apodo. La nostalgia a la anécdota y mi parecido con el personaje hicieron que me apoderara del nombre hasta el final de los días.

El tipo de humor que hace es un tanto particular y alternativo, ¿cómo lo definiría?

Mis monólogos son bastante diferentes. Pueden parecer extraños a primeras, pero la gente al final valora el atrevimiento de hacer algo distinto a lo convencional. Es una comedia que se sale de los moldes y va más allá de lo cotidiano. Hablo simplemente de temas graciosos, que van desde la gente que utiliza emoticonos en su móvil hasta algún comentario social o cultural de la actualidad. La clave está en que la gente te siga y dejarte llevar por la espontaneidad del momento. Sin demasiadas previsiones.

¿Es más de Faemino y Cansado o de Martes y Trece?

Faemino y Cansado. Sin duda son los padres espirituales que se atrevieron a hacer cosas distintas a lo establecido de la época.

¿Lo de salir sin camiseta en el escenario es para romper el hielo o forma parte de su espectáculo?

Se me ocurrió un día y si no lo hago es como si me faltara algo (risas). A veces me da frío y me la pongo. ¡Qué triste esto del frío! (bromea) Pero es una cuestión de momentos. Va por rachas. Las cosas raras que hago durante el espectáculo es porque me hace ilusión compartirlas con el público. Por ejemplo, ahora me ha dado por chuparle los pezones a los compañeros con los que comparto escenario. Si no lo hago, es como si se me quedara algo en el tintero. Incluso hay gente del público que me dice que se sienta en primera fila para que le chupe un pezón (risas).

Es un hombre con pelo en pecho y espalda, pero sin pelos en la lengua...

Sin ser una especie de predicador, creo que se puede hablar con humor de todo tipo de temas. La comedia otorga la obligación y el privilegio para pasarse de la raya en cualquier tema. Sin miedo, sin tabúes. Criticar las cosas que parecen absurdas desde el ridículo. Ahora bien, hablar de temas serios no está reñido con enseñar el ombligo. Un tándem que a mí me encanta. Y parece que cada vez que saco un tema político en un monólogo, me pica más la barriga.

Aparte de su característica apertura bucal de grito sordo, ¿qué otros sonidos o gestos hace durante sus actuaciones?

Realmente mi grito sordo es un tic nervioso que tengo desde mi adolescencia. Al principio de mis actuaciones me salía sin querer y la gente se reía más con esto que con otra cosa. Entonces fue cuando ya dejé que este gesto desencajara mi mandíbula sin piedad alguna. Últimamente también estoy utilizando mucho la muletilla all right todo el rato y es que si no la digo, la gente me la suelta en medio del monólogo.

En algunas actuaciones ha recitado su monólogo al estilo Shakespeare con entonación de Camarón...

Sin tenerlo premeditado a veces salgo al escenario con mis papeles y empiezo a leerlos en tono solemne como un poeta serio. En otras ocasiones, en cambio, suelto el repertorio con más frescura y espontaneidad. En cuanto a lo de Camarón, del que no soy muy aficionado, me llama la atención que uno de los capítulos de su libro se llame grito sordo, igual que mi gesto. De ahí que lo reproduzca de alguna manera en mi comedia.

Chistes sobre nazis, feministas, inmigrantes... ¿Cuáles son los límites del humor?

El único limite es no hacer reír. Eso es lo que la gente no te perdona. Y es que si el espectáculo no tiene gracia, no tiene valor y, por lo tanto, no debería de existir. En cuanto a los temas peliagudos, se pueden tratar de una manera vulgar o de una manera inteligente, según la intención que se quiera proyectar a la gente. Por ejemplo, en mi caso hablo de temas sexuales muy directamente. Pero cuando se consigue la suficiente complicidad con el espectador, ellos mismos se dan cuenta de que no pretendes intimidarlos; sino disfrutar del momento de placer que produce una carcajada con cualquier tema de fondo.

¿Alguna anécdota para recordar durante estos once años de trayectoria?

Muchas, pero recuerdo una ocasión en la que me tuvo que escoltar un grupo de policías al salir del local donde actuaba porque había un grupo de skinhead en el público que no paraban de insultarme. Incluso se subieron al escenario, amenazándome. El ambiente se fue caldeando hasta que llegó la policía antidisturbios. Lo recuerdo con mucha nostalgia (risas). Otra que también ronda en mi cabeza es la vez que una pareja de invidentes asistió a mi monólogo y se sentó en primera fila. En momentos como éste, un humorista hasta queda un poco mal si obvia el lado cómico de la escena. Fue entonces cuando le pasé el micrófono a la pareja, a fin de que ellos mismos participaran en la historia. Ambos no pararon de bromear sobre lo absurdo de la situación y el público respondió con carcajadas.