El yacimiento arqueológico del Cenobio de Valerón, el mayor granero de los indígenas canarios, fue confundido en el siglo XIX -de ahí el nombre- con un convento en el que vivían las harimaguadas (las vírgenes sacerdotisas de aquella sociedad) hasta que los arqueólogos definieron en el siglo XX el verdadero uso de sus 350 cuevas excavadas en la toba volcánica.

Algo parecido, pero más cercano en el tiempo, ha ocurrido con las numerosas cuevas en riscos rocosos inaccesibles de la Península: durante mucho tiempo se pensó que eran cuevas de eremitas o, incluso, cámaras funerarias de los visigodos. El caso más singular quizás sea la Cueva de los Moros (Covetes dels Moros en valenciano), un conjunto de cuevas-ventana que se asoma a un acantilado cerca de Bocairent y que el investigador Agustí Ribera describe como graneros-refugio de cronología andalusí en su tesis doctoral.

Para conocer la estructura, funcionamiento y el propio origen de estos graneros que siguen el modelo elaborado por tribus bereberes de zonas presaharianas del sur de Marruecos, un grupo de arqueólogos acaba de visitar -septiembre de 2019- el Alto Atlas marroquí en el marco de un proyecto de investigación que dirige Leonor Peña Chocarro, del Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que financia el propio CSIC (en el marco de los PIAR: Proyectos Intramurales de Arqueología en el Exterior).

Con ellos viajó el arqueobotánico canario Jacob Morales, invitado a participar por su conocimiento y experiencia en los graneros prehispánicos de Gran Canaria. "En Marruecos esos graneros se han seguido utilizando hasta hace pocas décadas -explica Morales-. Por eso han planteado un proyecto para ir a verlos y muestrearlos, conocer cómo funcionaban y entrevistar a gente que los usaba".

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