La noche es azul y amarilla. Azul por los charcos, amarilla por las farolas que desdibujan los tejados. También es solitaria, aunque tiene como único testigo a Donny, hombre lánguido y triste que juguetea con una pistola cargada, totalmente dispuesto a suicidarse. Sin embargo, la noche decide cruzarle con Cloe, y sin pretenderlo, deja el chasquido del arma para otro momento. Puede que para otro amanecer.

Aun con la salida del sol no piensa en otra cosa… Casi podría decirse que un simpático y misterioso señor que se autodenomina el Relojero, puede leerle la mente, aunque Donny no está para ilusionistas. Lo perdemos al tropezarse por la angosta ciudad con Rumba y Lucrecia, dos amigos cuyo único fin en la vida es crear la silueta más elaborada en el sofá. Se columpian entre bromas, pero una de las cosas que más les sorbe el seso del entretenimiento es asistir a conciertos privados de su vecino Nino (apodado así por la propia Lucrecia, en honor al gran Nino Bravo), oyéndolo desde su piso, aporrear canciones y destrozarlas sin piedad y sin conocimiento.

La ciudad es caprichosa, Después está el Relojero… pero eso, a su debido tiempo.