El Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) presenta Juan Hernández, primera gran exposición retrospectiva dedicada a la obra de este pintor canario, considerado como uno de los artistas más emblemáticos de la denominada Generación de los Setenta en Canarias.

El proyecto expositivo muestra las etapas y temáticas fundamentales que abordó Juan Hernández (Las Palmas de Gran Canaria, 1956-1988) en sus años de creación artística, interrumpidos prematuramente a causa de un accidente de tráfico justo antes de cumplir los 32 años. Pese a su juventud, Hernández dejó un relevante corpus de obra pictórica de referencia para varias generaciones de artistas en el archipiélago. Destacadas voces de la Cultura refrendan su singular y extraordinaria trayectoria artística.

Con esta producción retrospectiva, el CAAM rinde homenaje a la figura y la obra de un artista apenas conocido por el público general, en el contexto de su línea de trabajo e investigación en torno a la creación contemporánea en Canarias; una muestra que pretende profundizar y desvelar el valor iconográfico transfronterizo de la singular producción artística de Juan Hernández.

‘Juan Hernández. La pasión de vivir’

Artista precoz en la vida y en la muerte, Juan Hernández fallece unos días antes de su cumpleaños 32, en la Gran Canaria de 1988. Encarna al artista romántico y su destino trágico.

Autodidacta y con un ímpetu vital exuberante llega como un cometa al arte canario. Al principio su poética oscila entre al arte conceptual y la pintura informalista. En 1977 realiza sus Paisajes en blanco y negro. Arte informal, expresionismo y abstracción de las tierras quemadas de Lanzarote. Un mundo primigenio, en expansión, de vacío, fuerzas y tensiones. En blanco y negro como el de Saura y Millares, pero sin su carga política. Más poético que ideológico, Juan Hernández merodea el expresionismo abstracto americano y su vindicación de la pintura gestual, de acción y espontaneidad; transmite urgencia vital, unifica el acto de pintar con su psiquis.

En 1980 pasa unos meses en París y un alud de color entra en su pintura. Matisse, Cézanne, los postimpresionistas, Monet, revitalizan su poética, la llenan de luz y alegría vital. Amplía los formatos, compone con campos de color vibrante a lo Rothko, sensualidad cromática francesa y luz atlántica. Su linaje de expresionista abstracto se fecunda con una pincelada serial de tradición postimpresionista que dinamiza la imagen. Un vértigo diagonal que se expande y superpone sobre las formas, una ventolera cromática que trae la técnica pictórica que lo define, a base de capas delicuescentes, veladuras, transparencias y colores puros, brillantes.

En 1983 llega a Madrid, donde no hay playa, y “los amarillos desaparecen de mi pintura”. Es más oscura y melancólica, dialoga con los temas clásicos, con los grandes maestros que estudia en sus frecuentes visitas al Museo del Prado y los que ve en exposiciones temporales. Concilia la experiencia sensorial con lo simbólico o historicista; los bodegones y las alegorías entran en su poética.

En 1986 vuelve a Gran Canaria, a las playas de su infancia: Las Canteras, Maspalomas. El mar no lo veo como isla o como tema sino como fondo y luz. En realidad, su tema es la pintura, que informa de sus afanes: el amor, la muerte, la pasión, la soledad, la obsesión que le lleva a pintar casi 60 lienzos de El Faro, y la velocidad e inmediatez que caracteriza a su tiempo. Como Goethe, busca una forma que no sea rígida inmovilidad sino transcurrir y devenir, vida. El Faro, el deseo erguido, estático, la sexualidad alerta. El motivo vertical, impera en la composición. Su pintura siempre es emocional.

El Poema del Faro, experiencia estética del recuerdo que se activa en Madrid y pinta obsesivamente, tal vez para atrapar la vida, el amor y el tiempo. El faro, una playa y el mar, un paraíso crepuscular. Y en los últimos cuadros, más allá del litoral, alegoría del amor y de la muerte con el mismo protagonista, Cupido, que cabalga juguetón una ballena en un piélago del que emergen columnas y capiteles, tal vez de la improbable Atlántida.

En su poética lo narrativo es un dios menor y la simbología en las obras de arte suele ser más intuitiva que deliberada, fecundo azar e inconsciente colectivo: el mar según Carl Jung.