De Laila Ripoll y Mariano Llorente

Dirección de producción: Valentín Rodríguez

Dirección: Mario Vega

Hay un sedimento de embriaguez en este último viaje de don Benito, en estos sus últimos días, tal vez sus últimos instantes. Acompañado de su secretario, que dicen acabó loco en el manicomio de Leganés, han de invocar en una insólita sesión de espiritismo a algunas personas importantes en la vida del novelista. Tal vez por falta de rigor en esas lides o por falta de conocimiento, la operación se malogra, y la chapuza de invocación sale como sale y don Benito se ve asaltado en su tramo final de personas y personajes a los que amó, a los que temió, a los que olvidó… Así, doña Emilia Pardo Bazán y Concha Morell se enfrentarán en el vestíbulo del teatro, y la joven Sisita- aquel primer amor tan lejano- reclamará su lugar y Doña Dolores, la madre, vendrá a poner las cosas en su sitio. Telegramas sin fin alentando a la no concesión del Nobel, compatriotas que no perdonan, espejo grotesco de la España que siempre aplasta la cabeza del que pide, a ser posible, comer todos los días y, a ser posible, una educación laica y liberada del olor insalubre y asfixiante de las sotanas. Don Benito ya no sabe si la cosa va en serio o va en broma. Vivió rodeado de perros, gatos, corderas, gorriones, tortugas, y rodeados de ellos ha de morir. Tiene dolores por todo el cuerpo, no ve un pimiento y sabe que la vida se le va. Y se ríe, claro. Con esos personajes que reclaman un espacio a su lado en el último instante y que él mismo no recuerda si murieron ya o aún están vivos. Y llora, claro, por eso precisamente: porque sabe que es el último viaje de alguien que amó la vida y la vivió con una intensidad incomparable. Y entre risas y llantos, su personita se perderá entre los telares de un teatro y su obra quedará para siempre entre los pliegues de nuestro corazón.