Su nueva película, Todos los días de mi vida, ha arrasado en la taquilla norteamericana, convirtiéndola por segunda vez en su carrera en la estrella más popular del cine romántico. Algo que ya había ocurrido ocho años atrás con El diario de Noa, el filme en el que se enamoró, tanto en el plató como en la pantalla, de un entonces desconocido Ryan Gosling.

Y aunque en aquel entonces no faltaron quienes la describieron como una nueva Julia Roberts, Rachel McAdams ha luchado desde siempre contra los encasillamientos. Cada vez que el éxito la agobiaba prefería tomar distancia y esperar a que aparecieran filmes que se acercaran más a su criterio estético: “Todo pasa por saber cuándo decir sí, y cuándo dejar que sea la mano del destino la que te guíe.

A veces es mejor sentarse a esperar y reflexionar, preguntarse qué es lo que uno quiere y qué espera de su carrera, en lugar de dejarte llevar por la corriente. Sin embargo, cuando Woody Allen te llama, simplemente le dices: “Nos vemos en Francia”, señala divertida la actriz en referencia a su participación en la premiada Medianoche en París.

Mientras rueda con Brian de Palma y espera el estreno de la película que ha hecho con Terrence Malick, la canadiense de 33 años insiste en poner en segundo plano sus impactantes rasgos físicos: “Yo no crecí rodeada de gente glamorosa y mi madre nunca puso el énfasis en la belleza”, afirma. Y agrega: “Entiendo que estamos en un medio en el que la audiencia quiere ver cosas bellas, pero yo siempre busco encontrar la verdad en el personaje, de dónde viene, si puede usar ropa cara. Hace un tiempo interpreté a una soldado en Iraq, y yo me arreglaba mi cabello todos los días antes de comenzar a filmar, simplemente porque eso es lo que ella hubiese hecho. Jamás habría aceptado ponerme un par de zapatos de 800 euros para ese papel”.

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