Ya ha quedado muy atrás la época en que Pierce Brosnan era uno de los actores mejor pagados de Hollywood, cuando tenerle enfrente era compartir un momento con James Bond. Pero aunque los grandes estudios ya no le llaman y hoy todos los ojos están puestos en Daniel Craig, este apuesto irlandés de 61 años se las ha ingeniado para seguir manteniendo su vigencia. Gracias a una intensa labor con su compañía productora, Irish DreamTime, y a una deliberada apuesta por el cine independiente, quien también supo llamarse Remington Steele ha terminado siete películas en dos años, tres de las cuales todavía están esperando estreno.

La que llega ahora a las carteleras españolas, La conspiración de noviembre, es particularmente significativa porque en ella Pierce Brosnan encarna a un agente secreto que comparte muchas características con su personaje mas famoso. Sin embargo, para él es simplemente un color más en una paleta definida por la variedad: pronto le veremos encarnando al rey Luis XIV, a un profesor universitario enamorado y a un diplomático norteamericano en medio de un golpe de Estado en un país asiático.

Padre de dos adolescentes -Dylan, de 17 años, y Paris, de 13-, Brosnan es, además, un pintor consumado, que dona el dinero ganado con sus cuadros a obras de beneficencia. Y desde que se convirtió en una celebridad, ha militado con entusiasmo contra la proliferación nuclear, la matanza de ballenas y otras muchas causas ecolo­gistas.

¿Por qué tardó tanto en volver a hacer una película de espías?

Es una buena pregunta. Me llevó tanto tiempo porque no había un guión que me satisficiera, y porque estaba haciendo otras películas. Y en realidad, esa es la mejor respuesta. Hay una parte de mí que desearía haberse embarcado antes en esta aventura, pero ahora es el momento ideal, y creo que todas las decisiones que tomé después de James Bond fueron decisiones saludables. En ese momento, yo no quería hacer cine de acción, quería alejarme y hacer papeles más de actor, tratar de redefinirme con personajes muy diferentes entre sí, como los que hice en El escritor o en Mamma mia. Además, están las películas que he hecho con mi compañía productora... y, bueno, todo lleva tiempo.

Este espía es una especie de Bond, sin su carisma, pero con la misma experiencia y efectividad. Mientras rodaba, ¿sintió que existía una conexión con su personaje más famoso?

Yo no estaba pensado conscientemente en James Bond en el rodaje, pero la realidad es que hay algo de la presencia física, algo en la conducta de estos hombres que, a causa de su entrenamiento, es muy similar, así que tomé toda mi experiencia de vida, toda mi experiencia por haber interpretado a James Bond, y la puse en el corazón de Peter Devereaux. La diferencia es que Peter es un hombre más taciturno, es una persona que ha sufrido mucho. Es más real, es un espía profesional ya casi retirado, que vuelve al ruedo, y en ese sentido trazamos cierto paralelismo conmigo, el actor que vuelve al género. Devereaux es un hombre de cierta edad, pero sigue siendo un asesino letal que pierde a alguien muy cercano por culpa de la manipulación de sus superiores, y eso, lógicamente, le enfurece...

¿Eso es una especie de referencia velada a Hollywood?

Podría interpretarse así. Pero fuera de bromas, es sencillamente un asunto pendiente, una vieja herida. Este es un hombre que tiene una furia y un dolor que son muy palpables y que me parecieron muy atractivos.

¿Pero usted se siente así con respecto a Hollywood? Porque hubo un momento en que fue su estrella y ahora, si sigue trabajando sin parar, es porque no teme al cine independiente...

No, para nada. El único sentimiento que tengo hacia Hollywood es gratitud. Yo llegué de Irlanda siendo un inmigrante y tuve mucha suerte, conseguí un papel protagonista en Remington Steele y, a partir de ahí, nunca dejé de trabajar durante 30 años. Soy un trabajador de la actuación, siempre lo fui. Tuve mi gran momento de gloria con James Bond y glorias más modestas y más dulces con otras películas. Así que la sensación que siempre tengo es la de una hermosa celebración del trabajo. Siempre hay que seguir adelante y no dejar nunca de hacer cosas.

¿Le preocupa que sus admiradores piensen que está copiando a James Bond?

No, nunca se me cruzó por la cabeza. Es un asunto pendiente, como dije antes. Es decir, a mí me contrataron para hacer cuatro películas de James Bond. Salvé el mundo en cuatro oportunidades. Se suponía que iba a haber una quinta, pero no se dio. De manera que creo que fue muy oportuno encontrarme con un proyecto como La conspiración de noviembre y hacerlo a mi manera. Fue así de simple, y creo que la amistad que tengo con Beau, mi productora, tuvo que ver con que fuera así, nos conocemos desde hace mucho. Pasamos momentos difíciles, compartimos momentos familiares, hicimos películas y compartimos éxitos. Ella quería que yo hiciera esto. Quería que volviera al ruedo y tomara el toro por las astas. El otro día, mientras miraba la película en la première en el Mann´s Chinese Theather, me di cuenta de que tendría que haber tomado este camino antes. Habría ganado más dinero porque hubiese sido un negocio redondo. Mi esposa me dijo que ella ya me lo había dicho, que yo no lo quería aceptar, pero admito que tenía razón.

Lo cierto es que por no haberlo hecho antes, logró despegarse de la imagen de espía. Ahora puede volver a interpretar a uno entre muchos otros papeles diferentes€

Es cierto. Me formé como actor para interpretar muchos papeles. Me hicieron creer que yo tenía cierta versatilidad, un poco de talento, cierto criterio como actor. Y meterse en el papel de James Bond y hacerlo bien no es tan fácil. A mí me salió bien, y en realidad es la única manera de hacerlo, pues yo ya había visto a otros hombres en ese papel antes que yo. Y les admiraba mucho a todos. De manera que sabía que me esperaba un camino arduo y que al final de ese camino iba a tener que redefinirme como actor, como artista, como intérprete.

¿Esta forma de ver las cosas que tiene, tan humilde, tiene que ver con lo difícil que fue su niñez? ¿Cree que eso le hace valorar más lo que tiene?

Sé que, sobre el papel, mi niñez parece bastante triste, pero también fue muy alegre, llena de sueños, imaginación y, por así decirlo, poesía. Yo vivía a orillas del río Boyne con mis abuelos, era una vida muy rural. Es cierto que tenía una familia fracturada y que estaba bastante solo, pero no tuve una vida como la de Las cenizas de Ángela, en absoluto. La mía era una existencia muy pastoral, con la iglesia y el circo que venía al pueblo y la gran soledad de mi niñez... y siempre digo que ahí hay una película, que en algún momento haré. Y después estuvo el gran reencuentro con mi madre a los 11 años, el 12 de agosto de 1964. Creo que fue el mismo día que murió Ian Fleming. Me fui de Irlanda con una pequeña maleta de cartón, pantalones cortos y un corte de pelo militar. Y la vida volvió a empezar. De repente, me encontré siendo un inmigrante irlandés en Inglaterra, un marginado intentando encajar en la nueva sociedad, pero el sentimiento de gratitud era muy grande porque por fin podía estar con mi madre y tenía una nueva vida. ¿Pero qué hace uno a los 15 años cuando abandona la escuela y lo único que tiene para mostrar es un cuaderno artesanal con sus pinturas y dibujos? Yo conseguí un trabajo como artista, que es lo que siempre había querido ser. Más tarde llegó la actuación de un modo inesperado y me enamoré de las películas, de la magia del cine, y así fue como concreté mi verdadero sueño.

¿Siente que la vida le recompensó por no haber tenido a sus padres cerca de pequeño?

Creo que Dios ha sido bueno conmigo. Y creo que mi catolicismo, mi profunda espiritualidad más que nada, me permite tener buena fortuna y me otorga la gracia de poder soportar el sufrimiento, el desprecio, el rechazo, la humillación... o lo que sea. Me permite levantarme, recomponerme y seguir adelante.

¿Ser un buen padre para sus hijos es otra forma de compensar aquellos años?

Lo intento. Yo no tuve un padre que me enseñara a ser padre, no tuve salidas a pescar, no practiqué ningún deporte con mi padre... Mi abuelo era un buen hombre, un hombre cariñoso, con muy poca memoria.

¿Es cierto que conoció a su padre en un plató, que fue allí de improviso a visitarle?

Sí, fue a visitarme en Irlanda, cuando yo estaba grabando un episodio de Remington Steele. Apareció un día en el plató. Fue hace casi 30 años... tomamos un té, hablamos un poco sobre la vida y después salimos y conocí a algunos de mis primos hermanos. Nos tomamos una cerveza y después él se fue, y eso fue todo.

¿No le volvió a ver?

No. Fue la última vez que nos vimos.

¿Hubiera querido ser famoso como pintor en lugar de como actor?

No, no tengo ningún arrepentimiento. Creo que mis pinturas, los mamarrachos que he hecho, se juzgarán y a algunos les gustarán y a otros no... no lo sé. Pero yo amo el arte, es algo muy íntimo, es algo que forma parte de lo que soy intrínsecamente.

¿Por qué le gusta tanto hacer esto?

Porque me encantan las películas. Crecí viendo a Steve McQueen y a Clint Eastwood. A Warren Beatty, a Spencer Tracy y a una lista interminable de actores. Yo quería estar en la pantalla. Cuando era un niño inocente de 11, 12, 13 años, soñaba, casi sin darme cuenta, con estar en el cine. Y después me hice actor y me di cuenta de que lo hacía bien y que me hacía feliz, y que me ponía muy contento poder hacer felices a otras personas. Y es así de simple, en realidad. Vi la primera película de James Bond en 1964, cuando era un niño. Me maravilló y me apasionó. Nunca soñé que iba a ser ese personaje. Pero uno se hace actor y, no sé cómo ocurre, pero un hombre se convierte en lo que sueña, por decirlo de algún modo.

¿Fundar Irish DreamTime, su compañía productora, fue una de las decisiones más inteligentes que ha tomado en su carrera?

Sin duda. Hace muchos años, Dawn Seal me vio en Noble House, una miniserie que hice. Le gustó y me hizo una oferta para trabajar como productor. Me sentaba en el estudio durante un largo rato, iba a hablar con Gareth Wigan, un famoso ejecutivo, y le proponía historias completamente inaceptables para esta ciudad, y allí concluyó esa primera etapa como productor. Trabajé ahí más o menos un año y medio. Mi oficina estaba entre la de Madonna y la de Cher, en un pequeño bungalow. Pero la vida sigue y yo me convertí en James Bond. Aunque GoldenEye fue un gran éxito, a mí no me tocó nada de todo el dinero que recaudó. Lloyd Phillips, el querido esposo y socio de Beau, que falleció, siempre decía que ella y yo teníamos que hacer algo juntos. Almorzábamos juntos todos los miércoles y jueves. Él insistía en que teníamos que producir películas. Durante uno de esos almuerzos, estábamos sentados en Malibú, le pedí una moneda a Beau y la usé en un teléfono público para llamar a John Calley, que en ese momento dirigía MGM con Frank Mancuso. Le recordé que él me había dicho que lo llamara cuando quisiera. Le dije que estaba con mi socia y que queríamos verle. Aceptó. Volví a la mesa, le dije a Beau que íbamos a tener una reunión con Calley y le devolví la moneda. Fuimos a la cita y pensé que la reunión iba a llevarnos 15 o 20 minutos, un café; estuvimos tres horas. Nos dio una oficina a Beau y a mí, una oficina grande. No sabíamos qué hacer. Pensamos en algo irlandés. Hicimos nuestra primera película: Un amor por descubrir. Y los dos éramos admiradores de Steve McQueen -ella había nacido en Malibú y le había conocido personalmente-. Me preguntó si había visto El caso de Thomas Crown y le conté que me encantaba, particularmente la canción Los molinos de tu espíritu. Fuimos a un Blockbuster a buscarla y así fue como nos embarcamos en el remake. Con respecto a Matador, Richard Sheperd nos mandó el guión como muestra porque estábamos buscando a alguien para escribir Thomas Crown 2, pero me enamoré del guión y decidí hacerlo como estaba. Así fueron las cosas, Dios bendiga Irish DreamTime. Con mi difunta esposa, que era australiana, teníamos una productora que se llamaba Dreamtime. Cuando firmamos los papeles para hacer Un amor por descubrir todos los nombres que queríamos usar para la productora estaban registrados. Entonces recordé que en la escuela me apodaban el Irlandés, así que era una buena idea llamar a la productora Irish DreamTime. Y esa es la historia de cómo Beau y yo terminamos haciendo películas. Yo crecí en el teatro, y tener una compañía, unir a personas talentosas, a artistas de calidad, es maravilloso.

Tiene muchas películas esperando estreno. ¿Cómo ha hecho para participar en tantos proyectos al mismo tiempo?

Es cuestión de encontrar el momento indicado. Se trata de nada más que eso: un buen momento, un poco de suerte y mucho trabajo. Así de simple. Y el deseo y las ganas de trabajar. En eso consiste toda mi carrera.

En uno de esos proyectos ha encarnado a Luis XIV. ¿Todo pasó por usar pelucas empolvadas y calzas?

No, en absoluto. Es una película de Bill Mechanic, quien tenía ganas de hacerla desde hace mucho, y está basada en el libro de Vonda McIntyre. Transcurre en la corte de Luis XIV y es una fábula sobre el deseo del rey de obtener la inmortalidad de la sirena, interpretada por Fan Bingbing. Ella es una joven que está recluida en un convento. Es una historia de amor, muy hermosa. Y mi Luis es una especie de Jim Morrison combinado con Alexander McQueen y Tom Ford: puro rock & roll. Vamos, hay pelucas y peinados característicos de la época. Conseguimos quedarnos en Versalles durante 11 días y pasamos cuatro noches en la Galería de los Espejos para filmar una escena de danza. Fue maravilloso.

¿Cómo lo hace para encontrar un equilibrio entre su ajetreada vida laboral, su vida familiar y sus muchos otros intereses personales?

Lo logro a duras penas y gracias a mi buena mujer, que mantiene todo en su lugar y lleva el timón. Hice siete películas en dos años. Cuando uno es actor se muere de hambre o se empacha, es un juego caprichoso. La conspiración de noviembre fue una posibilidad que estuvo abierta durante muchos años. Con How to Make Love Like an Englishman ocurrió lo mismo. Y las dos se dieron al mismo tiempo. Yo les había dicho a mis agentes que quería trabajar, que tenía que dejar algunos trabajos de lado, pero no hubo manera, son oportunidades que no puedes dejar pasar.

En el 2002 se hizo ciudadano norteamericano, aunque sin renunciar a su ciudadanía irlandesa. ¿Por qué?

Porque amo este país. Es mi casa. Vivo aquí desde hace 30 años, pero no ser ciudadano siempre fue frustrante. Recuerdo haber acompañado a mi esposa Keely a votar y que ella tuviera voz y yo no. Y a esas alturas yo tenía ya tres hijos norteamericanos. Era la época del gobierno de Bush, que fue profundamente frustrante e indignante. Era una época tortuosa para vivir aquí. Como comentaba antes, cuando en 1964 me fui de Irlanda, verde como las hojas de los árboles, llegué a Londres y quería ver alguno de esos autos gigantescos con alas y me sentí muy decepcionado: era muy inocente e ingenuo, pensaba que Inglaterra era Estados Unidos. Finalmente me las arreglé para llegar aquí y convertirme en actor. Fue un sueño. Cuando era niño amaba Estados Unidos, soñaba con venir. En Irlanda todo el mundo amaba a los Kennedy. Crecí en un pequeño pueblito y cuando mataron a Kennedy, todos estábamos de duelo. De modo que Estados Unidos siempre tuvo un gran atractivo para mí. Era la hora de que me convirtiera en ciudadano norteamericano.