Arrebatada historia de amor entre un joven escritor bohemio, Christian (Ewan McGregor), y una primorosa estrella de cabaret, Satine (Nicole Kidman), en un irreal París de 1900, Moulin Rouge sigue siendo, 20 años después de su estreno, paradigma de pastiche y el exceso posmoderno, la suntuosidad, el color, la música pop, el romanticismo, el kitsch y, por supuesto, la magia de lo irrepetible. En 2001, la película de Baz Lurhmann ya había provocado una encendida controversia entre los que cayeron rendidos a su deslumbrante vértigo visual y la fuerza romántica de su trágica historia de amor; y los que la consideraron poco más que un ejercicio de horterada y memez extrema con los tics más irritantes del videoclip vacuo. El debate sigue hoy igual de vivo.

En todo caso, cuando se cumplen 20 años de su estreno en Estados Unidos tras su paso por el Ferstival de Cannes, Moulin Rouge es, como ayer, un irrepetible delirio visual que fascina las retinas y enternece los corazones: la anacrónica selección de canciones pop, el fulgor romántico entre Christian y Satine, la pirotécnica exaltación de brillibrilli y tonos rojos, los enajenados movimientos de cámara, la magia del París de la Belle Epoque, el cancán y Toulouse-Lautrec... Un musical, en fin, de alto riesgo, sin sentido del ridículo –ni obras posteriores que se hayan atrevido a imitarla–, del que intentamos desentrañar su condición de controvertida obra de culto en cinco claves:

La «trilogía del telón rojo»

Moulin Rouge fue el tercer largometraje de Baz Luhrmann, pero en sus dos trabajos previos, el director australiano ya había dado rienda suelta a su gusto por el delirio visual y la teatralidad autoconsciente. El amor está en el aire (Strictly ballroom) (1992) era historia de amor con cierto aire a Dirty dancing ambientada en los concursos de bailes de salón, y en cuyo apoteósico número final Paul Mercurio y Tara Morice lo rompían vestidos de torero y bailaora. Y Romeo + Julieta (1996) era una posmoderna traslación del clásico de Shakespeare desde Verona a la Ciudad de México contemporánea, con Leonardo DiCaprio y Claire Danes como eternos enamorados a base de de acción, romance adolescente y poéticos diálogos en verso. Para Luhrmann, Moulin Rouge sería el cierre de lo que denominó la «trilogía del telón rojo», en la que quiso utilizar «las herramientas del cine fusionadas con la impostación y el artificio del teatro» para ofrecer al espectador «una experiencia sonora y visual únicas».

Un espacio de leyenda

La intención de Luhrmann era ambientar su tercer largometraje en el Studio 54 del Nueva York de los 70, ahora puesto de actualidad en la serie de Netflix Halston, sobre el gran diseñador de moda que hizo su templo de la legendaria discoteca. Los directivos de Fox no lo acabaron de ver y Luhrmann decidió, por fortuna, desplazar su trágica historia de amor al mágico París de la Belle Epoque, concretamente al famoso cabaret del Moulin Rouge, construido en 1889. Un espacio mítico, fascinante, licencioso y con larga trayectoria en la historia del cine, pues se cuentan nueve películas con idéntico título a la de Lurhmann, entre ellas la que dirigió en 1952 John Huston, con José Ferrer y Zsa Gabor como protagonistas; y, por supuesto, French Cancan, de Jean Renoir, con Jean Gabin y Maria Félix.

La estética del videoclip

Luhrmann utilizó la estética del videoclip para llevarla al máximo grado de paroxismo. Por eso resulta inevitable que para muchos, las imágenes de Moulin Rouge provoquen irritación y rechazo, porque el exceso, la saturación y el histerismo forman parte de la propuesta. El director no tuvo miedo de liberarse de todas las ataduras para dar rienda suelta a su visión autoral basada en el artificio como quintaesencia del pastiche, en el que cabía el vodevil, el cabaret, la ópera, el teatro clásico, el romance y la fantasía. Un hombre, en fin, de teatro con visión teatral del arte y de la vida.

Su montaje esquizofrénico provocó más de un mareo, y no es una simple forma de hablar; pero resultaba difícil no entregarse a su estética kitsch, a su explosión de texturas y, en definitiva, a la experiencia visual y sonora que proponía, al borde del delirio y repleta de hallazgos que todavía hoy resultan arriesgados.

Los ‘medleys’ musicales

Cuando Moulin Rouge se estrenó, el género musical había desaparecido prácticamente de Hollywood. Luhrmann se encargó no solo de volver a ponerlo de moda, sino de remover sus bases para adaptarlas al nuevo milenio. Su propuesta, como ya había demostrado en su cine anterior, era tan rompedora como kamikaze, y consistía en elevar el medley a la categoría de género mayor. Para ello contó con el compositor Craig Armstrong y el director musical Marius De Vries, que utilizó todo el acervo de la música pop para otorgarle al popurrí un nuevo sentido, uniendo fragmentos de canciones que nos llevan desde David Bowie a Dolly Parton, de Nirvana a Elton John para poner en boca de los personajes sus sentimientos.

Roxanne, de Police, se convirtió en un espectacular tango; Plácido Domingo aportó las notas operísticas, Rufus Wainwright empezó a dar de qué hablar con su versión del clásico Le complainte de la butte; y Christina Aguilera, Lil’Kim, Mya y Pink lanzaron como single una versión de Lady Marmalade que ya es historia de la música pop.

Porque ver, disfrutar y emocionarse hoy con el climático medley de Festival de la canción de Eurovisión: la historia de Fire Saga es, también, viajar 20 años atrás y evocar los estupendos popurrís de Moulin Rouge.

El carisma de una pareja

Era una extraña pareja la de Nicole Kidman y Ewan McGregor, y, sin embargo, terminó funcionando a la perfección. Ella aportó elegancia, él se convirtió en el perfecto galán romántico. Los dos estaban en un momento clave en sus carreras: Nicole Kidman acababa de terminar una etapa de su vida con Eyes wide shut, de Kubrick, y su papel de Satine, que remató al mismo tiempo que rodaba Los otros, de Alejandro Amenábar, le ofreció la oportunidad de practicar multitud de registros que no había explorado.

En cuanto a Ewan McGregor, después de apostar por el cine indie, empezaba a insertarse dentro del mainstream de Hollywood por su papel de Obi-Wan Kenobi en Star wars. Insultantemente jóvenes y guapos, ambos cantaron, bailaron y ensayaron hasta la extenuación, y siempre quedará en el recuerdo su precioso dueto de Come what may.