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Vanidades | Nostalgia por el malgusto de los 2000

Lo que jamás debería volver

Un repaso por redes sociales como TikTok o Instagram revela una nostalgia por apuestas un tanto malsanas de los 2000

Justin Timberlake se portaba mal con Britney Spears. | | LP/DLP

Ante el asalto de estilismos dosmileros que se registra en la actualidad a través de una serie de redes sociales como las de TikTok e Instagram, se impone ahora sugerir un cómputo de aquella serie de cuestiones que deberíamos evitar en el acuciante ‘revival’ de la década de comienzos del siglo XXI. 

Según los ciclos conocidos, la nostalgia por una era se produce más habitualmente cuando los cuarentañeros empiezan a recordar sus veintipocos: su época, supuestamente, de mayor plenitud, sin exámenes por hacer ni canas por peinar. Pero hace ya unos años que coqueteamos con el revival nostálgico de los dosmiles: ¿quizá desde que, en octubre de 2016, se anunciara el estreno del musical basado en Chicas malas?

Los últimos en sumarse a la fiebre han sido jóvenes miembros de la Generación Z, chicas y chicos que todavía gateaban cuando Cady vio por primera vez a Las Plásticas. Un poco de scroll por TikTok o Instagram y no tardan en aparecer visiones que creíamos olvidadas: combinaciones de crop top, vaqueros de talle bajo y aros; vestidos con pantalones debajo; faldas cinturón, etcétera, etcétera, etcétera.

Terror, tortura y ‘top’ blanco. | Juan Manuel Freire

Misoginia interiorizada

Todo ello resulta más simpático que ofensivo, pero hay modas de los dosmiles realmente difíciles de defender. Hablamos de una década nociva para la mujer, en la que muchas y, sobre todo, muchos evitábamos hacer frente a nuestra misoginia interiorizada. En parte porque los medios no animaban a ello: eran los días del florecimiento de la lad culture (o cultura de tíos) de revistas como FHM, Maxim y un largo etcétera, o de blogs insanos del estilo de PerezHilton.com, que confundieron la desacralización de la celebridad con el body shaming (vergüenza corporal).

El documental Framing Britney Spears ponía hace poco sobre la mesa el papel de los medios en la desintegración psicológica de Britney Spears. Su exnovio Justin Timberlake se ha visto obligado a pedir disculpas por «beneficiarse de un sistema que consentía la misoginia»; como nos recuerda Samantha Stark en su documental, tras su ruptura con la artista, Timberlake usó vídeos y entrevistas para pintar a Britney como una villana adúltera y quedar como héroe.

Misoginia editorial. Juan Manuel Freire

Dicho esto, el tiempo no ha pasado por el himno de ruptura Cry me a river, como tampoco por los hits de Spears de aquella época. El productor de estos últimos, Max Martin, sigue siendo una figura de lo más importante en el mundo del pop mainstream: su nombre aparece en los créditos del Blinding lights de The Weeknd, El Hit de 2020. De la inspiración de aquellos primeros dosmiles han nacido proyectos disfrutables como Pale Waves (con Avril Lavigne como musa) o Soccer Mommy (cuyo último disco debe mucho a la Sheryl Crow de C’mon, c’mon).

Pero hay tendencias musicales que, con un poco de suerte para todos, tardarán en volver a reinar. Por ejemplo, esos grupos de hard rock tirando a rancio (es un objetivo fácil, pero se me ocurren Nickelback) poniendo canciones a los créditos finales de una serie de películas que estaban basadas en tebeos. Y sobre todo, esa dictadura del gorgorito impuesta por concursos como American idol y Operación triunfo. Ahora se lleva más el carisma vocal, como demuestra el éxito de Billie Eilish, C. Tangana o Bad Bunny.

Qué risa la gordura (de látex). Juan Manuel Freire

Gordura de látex

El movimiento por la positividad corporal también había caído en retroceso aquellos años. La gordura se usaba para hacer bromas o, en el cine y las series, gags de gusto bastante discutible, a menudo a través de añadir capas y capas de látex a actores en realidad estilizados. Recordemos a la Monica gorda de Friends, la Gwyneth Paltrow de Amor ciego, el Ryan Reynolds de Solo amigos o la Alyson Hannigan de Date movie.

Este último bodrio fue solo una de las muchas parodias con movie en el título que surgieron aquellos años, en los peores casos perpetradas por Jason Friedberger y Aaron Seltzer. Solo en 2008, este dúo se marcó Casi 300 y Disaster movie, citadas a menudo entre lo peor de los dosmiles. De aquellos fiascos ya no queda rastro, pero todavía hoy sufrimos los efectos de la higienización de las películas de terror, convertidas en thrillers para adolescentes solo a veces dignos, pero casi siempre con alguna chica en top blanco, aunque no viniera a cuento. La clase de decisión sexista que por entonces dábamos por hecha y nos parecía lo lógico y lo atractivo. Revivamos, pero revisando, reflexionando.

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