Puede parecer, y de hecho así es, un poco exagerada a la hora de reflejar la actividad cotidiana de una pareja de policías de un conflictivo distrito de Los Ángeles y abusa, asimismo de una cámara flotante que llega a abrumar, pero a pesar de esos reparos su reveladora mirada tiene bastante de real y de auténtico y permite que el espectador se adentre en los entresijos de una profesión peligrosa en la que cada día la vida de ambos corre serio peligro, no en balde se cruzan en su camino con tipos que no respetan nada, especialmente narcotraficantes. Una trama surgida de las propias experiencias del director y guionista David Ayer, que creció en estos mismos lugares y que ha plasmado parte de ellas en relatos que escribió mientras cumplía el servicio militar. Pero no es solo eso lo que atrae la atención de esta cinta, la tercera que dirige el cineasta, puesto que también sitúa con buen criterio en el escaparate la relación que se establece entre los dos protagonistas, los agentes Taylor y Zavala -que representan a las dos comunidades mayoritarias del entorno, la norteamericana y la hispana-, fruto de compartir a lo largo de muchas horas riesgos de toda índole y de profundizar en sus sentimientos.

La óptica que predomina es, sin duda, el realismo puro y duro, con una crudeza que fluye de la misma dimensión de los sucesos que les tocan vivir a estos agentes que tratan de abrirse camino. Taylor está empezando a consolidar su relación amorosa con una mujer, en tanto que Zavala está a punto de convertirse por vez primera en padre. Son factores de peso en ambos que motivan largas conversaciones entre los dos cuando las circunstancias de su trabajo se lo permiten.

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