Proclive a despertar las más encontradas sensaciones, nadie le puede discutir, sin embargo, a esta película su belleza estética, su narrativa tan personal y su acusado lirismo. Nos trae de nuevo, tras la experiencia reveladora de ´El árbol de la vida´ el pasado año, el cine único, peculiar, insólito y, por encima de todo, creativo y poético de un Terrence Malick convertido en el cineasta más independiente y contracorriente de Hollywood. Nadie como él puede expresarse en estos términos en una industria marcada por el consumo y condicionada por la taquilla.

Rodada casi al mismo tiempo que la anterior, aunque estrenada mucho más tarde por el largo proceso de posproducción del director, es más accesible y menos críptica, aunque sigue rompiendo los esquemas más convencionales y habituales que invaden las pantallas.

Con dos nombres de peso en primer plano, Ben Affleck y Olga Kurylenko, que hacen una labor notable, hay que destacar la presencia también de un Javier Bardem que asume con propiedad el cometido de un sacerdote inmigrante en un trance de crisis de fe. Los primeros momentos son los más abiertos y los que colocan las piezas esenciales del puzzle que se va configurando.

Es un drama romántico que sigue en Francia los pasos de un escritor norteamericano, Neil, que acaba de conocer e iniciar un romance con una joven ucraniana, Marina, madre divorciada de un hija de diez años. Entre París y, sobre todo, la Abadía de Saint Michel, uno de los monumentos más emblemáticos de Francia, se abre paso a un amor que conduce a que ambos unan sus vidas y se instalen, junto a la hija de ella, en Estados Unidos, en una población de Oklahoma. Parece una relación idílica, aunque no sólo atraviesa crisis, sino que provoca una primera ruptura que lleva a él a reanudar sus contactos con una antigua amiga, Jane, que no le genera tanta presión.

Como suele acontecer en su obra, los datos que se aportan son muy escuetos y no se enriquecen con unos diálogos a dos prácticamente inexistentes que se sustituyen por una voz en off, especialmente de Marina, que lleva la iniciativa en este sentido, y del sacerdote Quintana que expresa así su angustia, muy en la órbita de la filmografía de Ingmar Bergman, por no ser testigo de de las manifestaciones de Dios que tanto echa de menos. De ahí que sean las imágenes de una belleza notoria.