Un reto complicado y casi suicida en el plano comercial que ha culminado mejor de lo previsto, aunque sin agotar todas las posibilidades del tema, sobre todo en el marco de los sentimientos y del dolor físico.

De todos modos hay que reconocer que el director J.C. Chandor, en la que es solo su segunda película, tras la interesante ´Margin call´, que estaba en las antípodas al abusar de unos diálogos que aquí no existen, demuestra una versatilidad y un conocimiento exhaustivo del terreno, fruto como él mismo dice de su afición a los veleros y a los deportes del mar.

Porque esta cinta es una declaración de amor, a pesar de todo, a un mar inmenso que va a llevar al límite a un hombre, del que ni siquiera sabemos su nombre, que pasa por la desgracia de sufrir un accidente que deja su embarcación inservible. Y es un homenaje a la resistencia del ser humano, que lleva a luchar contra los elementos en circunstancias realmente insuperables.

Nominada al Oscar al mejor montaje de sonido, que es en verdad soberbio, y a los Globos de Oro al mejor actor dramático y a la mejor banda sonora (Alex Ebert), la cinta comete una doble osadía de partida que resulta llamativa yes que solo se vale de un personaje, el que incorpora Redford y que es un navegante a la deriva, y que renuncia a los diálogos.

Únicamente los primeros minutos, en los que el protagonista hace una breve autoconfesión que tiene mucho de despedida de la vida, y contadísimas expresiones ante la adversidad rompen ese esquema en verdad atrevido. Ni siquiera otra cinta con parecidos ingredientes, la adaptación al cine que John Sturges hizo en 1958 de la novela de Hemingway ´El viejo y el mar´, llegó tan lejos, ya que se apoyaba más en la voz en off.

De este modo, lo que vemos es una prueba de fuego para un Redford que hace una labor encomiable y que, pese a no alcanzar las cotas de intensidad y, sobre todo, de dramatismo que una situación semejante plantea, especialmente cuando las posibilidades reales de ser rescatado por barcos mercantes que navegan por la zona se frustran, sí que involucran al espectador en la odisea. Esta es, en suma, la historia de un Robinson Crusoe del mar con un sextante, unos mapas marinos y unas pocas provisiones.