El fin de la Segunda Guerra Mundial, el general estadounidense Douglas MacArthur aterrizo en Japón con una delicada misión de limpieza y reparación, la investigación y el análisis sociológico, previo al proceso judicial, que había de localizar a los genocidas y criminales de guerra al amparo del emperador Hirohito.

A partir de una novela de Shiro Okamoto, el director de La joven de la perla aborda con loable voluntad de artesano este capítulo poco recordado de la historia, pero lo hace con más funcionalidad que fortuna cinematográfica, amagando en sus compases de apertura los tonos del thriller, pero adscribiéndose enseguida al drama de molde, que, a su vez, se verá pronto vencido por una historiografía de escuela que lo marchitara todo sin remisión.

Y así, no hay rastro de carisma, fuerza vital ni sentir en esta película, narrada con corrección, pero ausente de alma; un trabajo insípido que desde el primer momento se acoge a una voz en off que arrastra el relato durante sus pasajes de tránsito, que, elaborados de otro modo, tal vez harían película y alzarían personajes en los que proyectarnos o a quienes comprender.

Conscientes de esta última carencia, y en un intento por vendernos el artículo, los responsables aligeran la burocracia política, militar e imperial entretejiendo el romance del protagonista con una japonesa, una subtrama sentimental pocha, que no solo yerra en su intento de elevar el interés, sino que hunde por completo esta película ya únicamente recomendada para completistas de la Segunda Guerra Mundial y, acaso, estudiosos de la conducta humana en circunstancias de conflicto moral, sección residuos de la barbarie.