¿Recuerdan aquellos anuncios antidroga que contraponían lo que un borracho veía y lo que realmente estaba ocurriendo? Sobre esa dicotomía se ha construido toda la saga de Torrente, el policía marginal que encarna los peores vicios del arquetipo español: retrógrado, fascista, sucio, vago y sexista.

Esa idea, tan quijotesca, de la distancia entre lo real y lo imaginado, entre lo que el protagonista ve y lo que realmente ocurre, se convierte en el eje central de la nueva entrega de la saga millonaria, con una salvedad: lo que en las cuatro entregas anteriores era fruto del delirio del policía más sucio del cuerpo, esta vez es extrañamente real, sorprendentemente posible, aterradoramente viable.

Como si la realidad hubiera alcanzado a la imaginación desbocada de Santiago Segura y su álter ego, la España de 2018 que retrata la película es poco más que un reflejo deformado de lo que estamos viviendo: Cataluña será independiente, el IVA rondará el 42% y España, con Pablo Iglesias de líder de la oposición pactando con Mariano Rajoy todavía presidente, habrá sido expulsada de la UE.

Y así, en ese panorama, y en modo de réplica torpe y chapucera, Torrente y sus secuaces llevarán a cabo el asalto a un casino de Eurovegas, convirtiendo el Ocean´s Eleven de Sinatra en un desastre mayúsculo sobre el que construir ese reflejo deformado de una España cada vez más esperpéntica.

Sin ser la mejor entrega de la serie, podemos afirmar que ´Torrente 5´ ha logrado lo que parecía imposible: que la realidad pinte todavía peor que sus películas.