Es la inevitable pero lógica consecuencia del éxito comercial de un esquema cinematográfico tan efectivo de cara a determinado público como funesto y supone la reafirmación en taquilla de una serie, Venganza, que arrancó en 2008 de la mano del director Pierre Morel y que se afianzó cuatro años después con la consabida secuela, Venganza: Conexión Estambul, que cambió de director, despidiendo al precedente para dar paso a Olivier Megaton, un autor curtido en los sótanos de la violencia y de la acción.

Lo que parece innegable es que el verdadero icono de esta saga, si prosigue generando entregas, es el actor Liam Neeson, que puede ver, incluso, modificar su trayectoria con cometidos de esta índole. Tan consciente era de ello, lo que no le resultaba nada cómodo, que decidió en principio no seguir incorporando al protagonista, Bryan Mills, pero la fuerza de convicción de los productores, disfrazada de un cheque de 20 millones de dólares, fue realmente avasalladora.

El resultado es que aquí tenemos de nuevo a Mills, dirigido otra vez por Megaton, en un entorno que no beneficia nada su carrera y su prestigio, pero que sí engorda sus bolsillos. Inverosímil, con una falta de credibilidad total y con unas situaciones que carecen de sentido, amen de que están infestadas de lugares comunes, esta crónica violenta se limita a reiterar momentos que son arquetipo de la especialidad. Por eso lo que vemos no es nada más que un sin fin de persecuciones, explosiones, enfrentamientos y disparos que pretenden justificarse en una trama absurda y gratuita.

Mills, que fue agente de la CIA, se ve obligado a actuar de nuevo cuando la policía lo encuentra junto al cadáver de su exesposa. Pero eso sí, tendrá enfrente a una policía que no parece actuar con la diligencia y la sensatez propias del asunto, y al FBI y la CIA. Con un guión de Luc Besson que es solo un ejemplo de oportunismo y tópicos la trama va perdiendo entidad y convicción, si es que alguna vez la tuvo, a pasos agigantados, con soluciones que carecen de la más mínima entidad. Tanto es así que Forrest Whitaker actúa con una falta de lógica y criterio tan evidente que a veces causa estupor.