Conserva buena parte de los logros de la primera entrega, que vimos en 2012, especialmente esa visión simpática, con rasgos de parodia y divertida en ocasiones de algunos de los personajes del cine de terror que Hollywood contribuyó a convertir en clásicos y por eso tiene instrumentos para entretener a los espectadores menudos, para quienes está claramente concebida. Eso no impide que admita algunos reparos, fruto la mayoría de una presentación demasiado blanda, seguramente porque se ha subrayado demasiado el destinatario de la película, que le resta encanto y atractivo entre los adultos.

La ha dirigido el mismo director, el ruso Genndy Tartakovsky, que lleva más de veinte años trabajando en el cine de animación pero que debutó en la dirección con la cinta previa de la saga. Eso sí, se ha cuidado de forma muy loable el doblaje en castellano, con voces tan populares como Santiago Segura, Alaska, Dani Martínez y, entre otros, Mario Vaquerizo.

La base del relato, con guión del famoso actor Adam Sandler y de Robert Smigel, está asociada a la enorme preocupación que sufre Drácula tras el nacimiento de su primer nieto, Dennis, fruto del matrimonio de su hija Mavis y del humano Johnny, ya que no acaba de ver claro si el bebé mostrará sus colmillos. Su gran deseo no es otro, por supuesto, que en Dennis acabe prevaleciendo la personalidad de vampiro sobre la de humano. Por eso aprovecha el viaje que Mavisy su esposo realizan a la familia de este último para convocar a sus grandes y monstruosos amigos y dirigirse a un campo de entrenamiento de monstruos. Así vuelven de nuevo a la carga Frankenstein, el Hombre Lobo, el Hombre Invisible y la Momia, que hacen causa común.

La mayor novedad de esta secuela es la inesperada aparición del patriarca del clan, Vlad, padre de Drácula, que acude al hotel ilusionado por conocer a su biznieto. Vlad comprobará con estupor que Dennis no es un vampiro de pura sangre y que en el hotel familiar se permite la entrada de los humanos.