Hoy domingo se celebra el Día Mundial de la croqueta. Sabrosa y delicada, se trata de un plato que ha arraigado en la gastronomía española desde hace mucho tiempo, aunque su origen hay que buscarlo en la Francia del rey Luis XIV.

Corría el año 1817 cuando el chef de la corte del rey francés, Antonin Cáreme, elaboró un plato especial coincidiendo con la visita del príncipe de Inglaterra y del Gran Duque Nicolás de Rusia. Para agasajar el estómago de estos ilustres invitados se le ocurrio preparar una bechamel rebozada con una capa crujiente, un plato que fue bautizado como 'croquettes à la royale'. La palabra 'croquant' significa en francés crujiente. De ahí que al pasar al vocabulario popular tomase esa terminología.

Como sucede con los tradicionales canelones, este plato nace en una época de hambruna en la que la harina era abundante y se elaboraban para aprovechar la carne sobrante de los cocidos y estofados. Hoy en día ha pasado de ser un plato tan popular gracias a que puede enganchar tanto como aperitivo, plato principal o como acompañamiento. Cada vez son más los chefs y restauradores que, con su creatividad e innovación, incorporan novedosos ingredientes (marisco, quesos…) tanto a la masa como a su cobertura. Sin embargo, aún son muchos los que se siguen decantando por las tradicionales croquetas de jamón o de carne.

Para elaborar una buena croqueta no hacen falta demasiados conocimientos, pero como en todo en la cocina, los materiales, la paciencia y los tiempos son sagrados. La receta es sencilla: la base es la bechamel para la que nos bastará con harina, mantequilla, leche y sal. Mientras que el relleno puede variar desde la carne, el jamón, las setas, el pescado, el marisco o las verduras, todo manjar es susceptible de ser 'croquetado'. Para elaborar el empanado tan solo precisaremos huevo (batido) y pan rallado.