Ensayo de un camarero

La copa de Pitágoras

Estamos en fechas donde los sabores, olores y texturas en el mundo de la gastronomía pasa a un tercer plano, para darle protagonismo a la excesiva ingesta de comida y alcohol

Un grupo durante una cena de Navidad.

Un grupo durante una cena de Navidad. / LP / DLP

José Miguel Sánchez

José Miguel Sánchez

Ya ha empezado la cuenta atrás, se siente el temblor del suelo, la batalla se puede oler y en el ambiente entre bombillas de colores por las calles y cánticos desafinados, la llegada de la Navidad se ve venir, dando paso a los banquetes, esa denominación de la gastronomía que incluye un menú con comida y bebida a un precio estipulado previamente. 

A diferencia de lo que pasaba, por ejemplo, en la antigua Grecia, donde los banquetes tenían como fin festejar diferentes tipos de actos, pudieran ser de carácter religioso, familiar o militar, en nuestra época cualquier excusa es buena para celebrar estas suculentas cenas; ya sea entre compañeros de empresa, amigos del gimnasio o de la infancia. Es cierto que, gracias a ello, los negocios generan rendimientos que suponen el 'agosto' para la restauración, pero para el personal que ejerce el servicio no siempre es tan próspero y agradable. Camareros y cocineros, que dedican durante días mucho esfuerzo y trabajo, muchas veces sin descanso o haciendo horas de más, y todo ello lidiando con los excesos e impertinencias que muchas veces se dan durante estos convites.

Una copa innovadora

La finalidad de la copa de Pitágoras diseñada por el filósofo era evitar los excesos producidos por el alcohol, que daban como resultado el menoscabo de la dignidad del ciudadano. Esta copa disponía de un mecanismo innovador para la época, que conseguía regular y moderar la ingesta de alcohol consumida durante estos festines, de forma que si superaban el linde establecido, ésta vaciaba el sobrante por debajo de la misma.

Los menús navideños confeccionados en estas fechas establecen más o menos la misma tipología de platos para compartir los alimentos, entre entrantes y un principal. Pero en lo que casi todos coinciden es en la tan ansiada barra libre, una cantidad de alcohol consumida durante noventa minutos que suele durar este banquete en la que todos beben como si no hubiera un mañana. Un apetito y una sed que no se experimenta en otra época del año, haciendo del pecado capital de Belcebú, la forma de vivir estas fiestas navideñas. 

Ya no nos enfrentamos a influencers ni a hedonistas de la gastronomía. Los sabores, olores, texturas o las presentaciones pasan a un tercer plano; ahora los que servimos estos banquetes nos ponemos a prueba cada año, entre el bullicio que se genera por la euforia, las exigencias y la inmediatez que se nos demanda el servicio para aprovechar al máximo la tan esperada barra libre. 

¿Barra libre sí o no?

Actualmente, ya muchos restaurantes están empezando a no incluir esta opción de beber de forma insaciable durante estos banquetes, y la razón principal es que no son casuales los continuos conflictos que se generan a menudo por aquellos que tienen un mal beber. O también por los que pretenden durante estas comidas realizar un mal uso de esta barra libre que produce en muchas ocasiones unas pérdidas cuantiosas para el negocio, pidiendo sin cesar cerveza y vino, aunque las copas aún estén rebosantes.

Seguramente, si colocáramos en la barra libre una copa de Pitágoras a cada comensal, evitaríamos algún caído durante la batalla o mártir que se sobrepasó celebrando y habló de más con el jefe. O un comensal que embriagado por la situación y el alcohol consumido, sobrepasa la confianza con el personal, o peor aún creyó que como en la antigua Grecia aquellos que les servían eran vasallos a los que podía tratar a su merced y capricho.

Está claro que estamos en épocas de celebraciones, da igual si eres pagano, católico o te gusta la cienciología. Pero en cualquiera de los casos, apiádense del personal que les atiende y líbrenos del mal, amén.

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