El Enófilo

¿Y si dejamos de pedir perdón por el vino?

Cada vez más, el alcohol se percibe únicamente como un problema de salud pública, una sustancia de la que es mejor prescindir, sin matices

Cata de vinos entre amigos

Cata de vinos entre amigos / Mulchand Chanrai

Mulchand Chanrai

Mulchand Chanrai

Las Palmas de Gran Canaria

Vivimos tiempos extraños para el vino. En el país del tempranillo, del albariño y de la malvasía, en la tierra donde el brindis es un gesto cotidiano y el vino acompaña desde las celebraciones familiares hasta las romerías, nos encontramos pidiendo perdón por descorchar una botella. Como si abrir una copa fuese un acto subversivo, como si la cultura líquida que nos ha definido durante siglos fuese ahora un peso moral del que debemos desprendernos.

Cada vez más, el alcohol se percibe únicamente como un problema de salud pública, una sustancia de la que es mejor prescindir, sin matices. Y aunque el abuso merece sin duda atención y prevención, hemos caído en la trampa de meter en el mismo saco todas sus formas, todos sus rostros. No es lo mismo el consumo compulsivo que el vino compartido. No es lo mismo una copa al calor de una conversación que el exceso sin medida. No es lo mismo beber para olvidar que beber para recordar.

Bodega León Domecq en Jerez de la Frontera

Bodega León Domecq en Jerez de la Frontera / Mulchand Chanrai

El vino no es solo una bebida. Es un alimento, un símbolo, una expresión cultural. Es el producto de una relación antigua entre la tierra, el clima y el ser humano. Está en las celebraciones litúrgicas, en los textos de Cervantes, en los cuadros de Goya, en los romances populares y en los refranes de nuestros abuelos. Está en la forma en que cocinamos, en cómo celebramos, en cómo recordamos.

De España a Francia

Y, sin embargo, hoy parece que nos da vergüenza decir que disfrutamos de él. El vino se esconde. Desaparece de las mesas escolares, de los discursos públicos, incluso de ciertos espacios culturales donde antes era bienvenido. En los medios, rara vez se habla del vino como patrimonio o como arte. Solo aparece cuando hay una alerta sanitaria, una estadística de consumo, o un nuevo impuesto en el horizonte.

Vinos de Francia e Italia.

Vinos de Francia e Italia. / Mulchand Chanrai

Mientras tanto, en Francia, el vino es “producto nacional de interés patrimonial”. Se enseña en las escuelas de hostelería, se protege su imagen en campañas institucionales y se celebra en cada rincón. En Italia, el vino se considera parte del estilo de vida mediterráneo, inseparable de la dieta, la agricultura y la identidad. En ambos países, el consumo ha bajado, como en toda Europa, pero el respeto cultural se ha mantenido. Se ha entendido que el vino no es el problema, es, más bien, una posible solución: una vía hacia un consumo moderado, consciente y civilizado.

En España, por el contrario, hemos pasado del orgullo al silencio. Las bodegas familiares luchan contra la burocracia, la presión fiscal y el desinterés generacional. Muchos jóvenes ya no ven en el vino algo suyo, algo cercano. Las campañas de salud lo demonizan sin matices, y muy pocas voces institucionales salen en defensa del sector. Todo mientras las cifras hablan por sí solas: el consumo interno ha caído un 40% en las últimas dos décadas. Las exportaciones salvan el balance, pero ¿de qué sirve hacer vino si no lo bebemos, si no lo entendemos, si no lo amamos?

El mejor momento, pero el más complejo

La paradoja es cruel: nunca hemos tenido vinos mejores, ni más diversos, ni más honestos. Desde la recuperación de variedades autóctonas olvidadas hasta la revolución de los vinos naturales y de mínima intervención, lo que está ocurriendo en regiones como Canarias, Galicia, Sierra de Gredos, Priorat o Jumilla es digno de admiración. Hay talento, sensibilidad, conocimiento.

Cata de Puro Rofe.

Cata de Puro Rofe. / Mulchand Chanrai

Y no me refiero solo al apoyo económico. Me refiero a la defensa simbólica. Al reconocimiento del vino como parte del alma de este país. Al impulso educativo que nos permita formar a nuevas generaciones en el respeto por el origen, la medida, el placer y la historia. A dejar de ver el vino como un problema, y empezar a verlo como una herramienta para el encuentro, la memoria, la sostenibilidad.

Tampoco se trata de idealizar, el vino no es una varita mágica. Puede hacer daño si se abusa, como todo, pero también puede enseñar. Puede acompañar, puede emocionar, puede educar en el gusto, en el tiempo, en la espera. Es una bebida que no se traga, se saborea. Que no se impone, se comparte, que no empuja, invita.

Brindar por lo que somos, sin pedir perdón por lo que nos define

Brindar por lo que somos, sin pedir perdón por lo que nos define / Mulchand Chanrai

No podemos permitirnos perder esa dimensión, porque si el vino desaparece de nuestra vida cotidiana, de nuestras fiestas, de nuestras cocinas, no solo perderemos un producto agrícola, perderemos una parte de lo que somos, una forma de vivir, una manera de estar juntos. 

Es hora de cambiar el discurso, de volver a hablar bien del vino, sin miedo. De explicar su valor, de enseñar a beberlo con respeto, con calma, con alegría. De incluirlo en la conversación pública como lo que es: una pieza clave del patrimonio inmaterial de España. 

Quizá ha llegado el momento de dejar de pedir perdón por el vino. Y brindar, con orgullo, por lo que representa. ¡Beban Vino!

Recuerda que si quieres compartir conmigo tus proyectos, bodegas o vinos siempre puedes escribirme a mulchandchanrai@gmail.com o a través de @thefoodtagram.

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