Concha de Ganzo

Las playas de Fuerteventura atrapan, encandilan, pero los majoreros saben que lo que realmente enamora de su tierra está en el interior, en esos paisajes áridos, eternos, en esas llanuras que se extienden como mosaicos de colores ondulados, y sin duda uno de sus lugares más emblemáticos, por historia, cultura y magia, está en el pueblo de Tindaya, a los pies de su montaña sagrada, donde se funden el cielo, la tierra y el mar. Dice Santiago La Torre, paseante habitual por estas cumbres, que los atardeceres desde allí son magníficos.

 

El sol parece que no quiere ocultarse, que no se esconde, sólo camina y se muda de un sitio a otro. Como si hubiera encontrado su destino, una vereda por la que transita cada tarde, mientras los vecinos de esta zona, sus vecinos, pueden disfrutar con este pequeño gran acontecimiento. Y así a hurtadillas pueden seguir el rastro que deja, cada vez que sale por aquí, y se pone a caminar. Tindaya es mucho más que una montaña, mucho más que un controvertido proyecto turístico, que sigue a la espera de financiación. Este enclave es para los majoreros su santuario especial como el Teide para Tenerife o el Roque Nublo para Gran Canaria.

 

Numerosos estudios arqueológicos certifican que los antiguos mahos acudían a lo alto de esta montaña para tomar las decisiones más importantes que tenían que ver con la vida de los integrantes de su comunidad. El altar de Tindaya, situado en la cima, era su santuario, el lugar en el que se rezaba a los dioses, se imploraba para que lloviera, se hacían sacrificios para sanar a los enfermos y también para comunicarse con el inframundo. Así lo recogen las crónicas de Abreu Galindo escritas a finales del siglo XVI y en que habla de la forma en la que la población prehispánica de Fuerteventura realizaba algunos de sus ceremoniales religiosos: "Adoraban a un Dios levantando las manos al cielo. Le hacían sacrificios, derramando leche de cabras con vasos que llamaban gánigos, hechos de barro".

 

Para estudiosos del Patrimonio canario como Nona Perera, Belmonte o Tejera Gaspar, algunos de los elementos de la naturaleza poseen una significación divina tanto para las poblaciones primitivas, como para las actuales. Determinadas montañas son lugares sagrados porque en ellas residen los dioses, como en el Olympo;son escenarios de sucesos transcendentales como en el Sinaí;o bien en ellas se comunican con dios como en Delfos y Athos, en Grecia.

 

En la cultura bereber los grabados podomorfos, las siluetas de pies, y los lugares donde éstos se encuentran poseen un amplio sentido mágico. Los grabados sirven para sacralizar los espacios, de tal forma que lo sagrado no son los grabados, sino el lugar. En este caso, la Montaña de Tindaya se convierte en un santuario. El nexo de unión entre el cielo y la tierra, y en el que se pueden llevar a cabo determinados actos: se ofrecen sacrificios para purificarse imparte justicia bajo intervención divina y es el lugar donde se sellan alianzas.

 

Las siluetas pueden ser las huellas de los dioses, o simplemente son el resultado de llevar a cabo un ritual de cura, donde la persona enferma se graba los pies durante el proceso de sanación. Pero no es hasta el año 1972, cuando el funcionario de Patrimonio Pedro Carreño hace uno de los descubrimientos más importantes y vitales para entender la grandeza de los mahos. En la cumbre de Tindaya localiza los primeros podoformos. Hasta entonces, los restos arqueológicos de los aborígenes majoreros eran escasos, salvo los grabados rupestres descubiertos por Benítez de Lugo (Marqués de la Florida) en la Península de Jandía en 1874, y por Ramón Castañeyra en el Barranco de la Torre en Antigua. Fuerteventura recobra un nuevo interés entre los arqueólogos y aparecen otros yacimientos.

 

En la década de los noventa otros investigadores como Renata Springer, especialista en escritura líbico- bereber analiza las inscripciones rupestres majoreras, centrando sus estudios en los alfabetiformes, serie de marcas y de incisiones emparentadas con la escritura de los bereberes y tuareg del norte de África. Tibiabín y Tamonante Los expertos han localizado en Tindaya un total de 213 grabados, distribuidos en 57 paneles. La mayoría de las siluetas de pies tienen dedos y miran hacia lo alto de la montaña. También han sido encontrados vasijas y restos humanos, como el que descubrió un pastor de cabras que vivía en una de las casas próximas a la montaña.

 

Francisco Mosegué Vera refirió que siendo niño solía acompañar a una de sus tías a cuidar del ganado. Recuerda que debajo de unas lajas de piedra vieron el cráneo de un esqueleto. Sin embargo, por miedo a los "guardias" decidieron ocultar el hallazgo. Además de la presencia destacada de estos restos, Tindaya es considerada tradicionalmente como el escenario de numerosos cuentos de brujas. De hecho, en el centro del Llano se encuentra una cueva natural a la que todos conocen como El Bailadero de las Brujas, allí solían acudir hombres y mujeres de la zona, en determinadas noches del año, para realizar juegos sexuales.

 

La cultura de transmisión oral se ha encargado de mantener numerosos relatos que tienen como protagonistas a mujeres con poderes mágicos capaces de transformarse en burros, perros y al ser descubiertas volar convertidas en palomas, así lo cuenta Ana María Guerra de Villaverde. Y también se hace eco de esta tradición oral Pedro Carreño, que en uno de sus escritos dice: "Desde allá arriba de la montaña bajaban las brujas aprovechando la oscuridad de la noche, para dilucidar en los asuntos terrenales, porque ellas eran las que regían todo el devenir del pueblo de Tindaya y según la leyenda, cuando el sol salía, todas las que aún andaban por el pueblo, se guarecían en la Casa Alta y allí moraban".

 

El Cabildo ha adquirido la famosa Casa Alta con la intención de rehabilitarla y convertirla en el futuro centro de interpretación de la Montaña. Esta emblemática construcción perteneció a la última marquesa de La Oliva, Nieves Manrique de Lara y del Castillo, a su muerte pasó a manos del médico de la Casa de Los Coroneles, en agradecimiento a los servicios prestados.

 

Pero no todo lo que tiene que ver con la magia de Tindaya es producto de la imaginación, los arqueólogos no descartan la presencia de una casta sacerdotal dedicada a la observación del cielo y de la que destacan dos mujeres consideradas chamanes del grupo, Tibiabín y su hija Tamonante. Cuenta la leyenda que los reyes de Fuerteventura Guise y Ayose, una vez que cesaron en sus disputas, acudían a ellas para recibir sus consejos, y actuar en consecuencia.