Lo que tiene Gran Canaria es que puede ocurrir que un isleño se ponga a limpiar unos bancales y a retocar y albear un testero y que le aparezcan unas pintaderas. Esto pasó en Santa Brígida en el año 1988, cuando un paisano con casa en los bajos de Cuevas de La Angostura se encontró de golpe con cientos de siglos estampados a la vera de su pared, un indicio que excavando más al fondo en 2001 se reveló como una de las únicas estructuras circulares cerradas, de unos cuatro metros de diámetro, que existen en la isla.

Marcos Moreno, codirector de la empresa Tibicena, Arqueología y Patrimonio, apunta a que la estructura probablemente responda a un lugar de celebración, pero celebración con conduto añadido, a tenor de los restos de animales encontrados en su entorno.

El lugar se llama El Tejar, que también lleva toponomía de sitio antiguo. Pedro Socorro, que es cronista de la villa de Santa Brígida, tiene, cómo no, respuesta al origen del nombre, que se remonta, al menos, hasta 1590. Socorro asegura que allí se encontraba “uno de los primeros hornos en el que se fabricaban tejas para las techumbres de las nuevas viviendas de la población más pudiente”.

Según el cronista, haciendo un claro cuadro de cómo se andurriaba en la época, “una gran mayoría de vecinos seguía haciendo uso de las cuevas, como en La Atalaya y Pino Santo, o cubrían sus sencillas techumbres de ramas y de hojas de palmas, una práctica arquitectónica que poco a poco va desapareciendo por razones de seguridad y meteorológicas”.

Las tejas cocidas que salieron de aquel horno, “hoy desaparecido”, añade Socorro, “cubrieron la techumbre de la parroquia de Santa Brígida, cuya materia prima -piedra, barro y madera- eran tomados cerca del lugar de la edificación”.

Su propietario en 1590 era Hernando de Feria, “un reconocido tejero que, en un contrato hallado en el Archivo Histórico de Las Palmas se obligaba a entregar cinco mil tejas al escribano público Francisco de Casares. Debió tener una larga vida aquel horno, pues la nueva parroquia de la Vega de San Mateo se trajo las tejas de La Angostura. Para entonces, el horno se encontraba dentro de los bienes de la Familia Massieu, que hoy conserva en la zona su casa solariega”. Estos datos, y mucho más, se encuentran en la nota del cronista titulada Los hornos de tejas en la historia de Gran Canaria. Breve referencia al Horno de El Madroñal, y publicada en la revista digital Bienmesabe.org,

Pero antes de que ese tejar echara a humear, ya al menos desde el siglo XIII los canarios tenían allí fonda y salsete, como muestran los huesos de cochino, y restos de fuegos del quizá asadero.

A lo largo de los años en los que se desarrolló la excavación, dirigida por las arqueólogas Rita Marrero y Milagrosa García, y que hoy permanece correctamente vallada, techada y con una serie de paneles informativos, se fueron encontrando más cosas sabrosas , como cuatro grandes pilares o betilos ceremoniales en forma de conos que ofrecían al conjunto la impronta de un lugar de empaque, a lo que se le añade un catálogo de trozos de cerámica, de instrumentos de obsidiana, morteros, piedras de molino, dos ídolos de barro que se encuentran en el Museo Canario y otras pintaderas “de fina factura”.

Moreno abunda que El Tejar, el conjunto, al que hay que añadir una vivienda del siglo VIII, es más de fiesta que de sacrificio.

A vista de satélite la parrandera plaza, que es Bien de Interés Cultural, tiene su criterio geográfico, al que acudirían los vecinos prehispánicos de las citadas Cuevas de La Angostura, que tiene grutas por encima en cantidades de urbanización, y Guiniguada abajo las de Los Frailes, y las del Moro. O la de Las Huesas, en las proximidades de la antigua Universidad Laboral.

Sirven para abundar en este uso, que da aire a la rigidez de la historia, algunas crónicas del XV, como esta del Padre Sosa refiriéndose a otro lugar de solaz en la costa de Gáldar: “Tenían los dichos guanartemes casas de recreación y pasatiempos donde se juntaban hombres y mujeres a cantar y bailar, y acabados sus cantos y bailes ordenaban sus banquetes de comidas de mucha carne asada y cocida”.

Pero no solo esto, sino que a veces la fiesta aún finalizaba de lo más fresca y entretenida: “Y acabadas sus comidas y banquetes se yban a la mar a nadar ellos y ellas, que nadaban como peces”. A lo que el también cronista, Gómez Escudero, puntualiza con retranca: “Ellas mejor que ellos”.

Hasta que llegó 1478, año en el que los Reyes Católicos condenaron en primera instancia la vida en el cauce del barranco del Guiniguada, una suerte de autopista de entrada rápida al interior de la isla de Gran Canaria después de que se instalaran en su desembocadura los hombres de los tres capitanes, Juan de Frías, Juan Bermúdez y Juan Rejón.

Los canarios acometen varios asaltos contra El Real de Las Palmas, en lo que se conoce como la batalla del Guiniguada. Y se ve, por las pistas que han dejado los distintos yacimientos de la zona, que sus cuevas, sus lugares de cosecha, que fueron quemadas en represalia por los castellanos a finales de verano, y sus tinglados fueron abandonados rápidamente a las órdenes de Tenezort, guanarteme de Gáldar, para ser reocupados poco después por los europeos.

Detrás quedaban los mejores asentamientos de Gran Canaria, como los de Santa Brígida, con un clima excepcional, unas aguas perpetuas y unos fértiles campos que, evidentemente, daban para celebrar alguna que otra fiesta..., sin sospechar la hecatombe por llegar. 

 

Por Juanjo Jiménez.