“Lo más nuevo del neolítico de las Islas Canarias son las pinturas rupestres antropomorfas de Majada Alta y las de la Cueva del Moro, en la isla de Gran Canaria. Y decimos lo más nuevo porque el descubrimiento de las mismas solo data de 1960-1963”. Así reportaba en el pasado siglo el comisario provincial de excavaciones arqueológicas, Sebastián Jiménez Sánchez, la última hora en materia prehispánica isleña, con la incorporación en el exclusivo catálogo de estancias decoradas a estos dos nuevos hallazgos, que los situaban dentro de una reducida lista que incluye Balos, Cuatro Puertas, Roque Bentayga y Cueva Pintada.

 

La cueva de Majada Alta se encuentra en las estribaciones de la Presa de Las Niñas, en la frontera de Mogán, San Bartolomé de Tirajana y Tejeda. Y la del Moro, que es la que hoy viene al caso, en la indómita frontera de Agaete con el Atlántico, en un paisaje de cantiles de quitar el hipo, justo entre el barranco de El Juncal y el puerto de Las Nieves. Desde la trasera del cementerio de la villa se puede echar andar por la loma de Las Moriscas con rumbo este buscando costa para, a medio camino y exactamente a 40 metros de altura sobre el nivel del mar, en las coordenadas 28º 06’ 30” y 12º 00’ 50”, recogidas por gentileza del propio Jiménez Sánchez, dar con la curiosa cueva camuflada entre tuneras.

 

Su planta es del todo irregular, y excavada prácticamente en su totalidad gracias a una toba volcánica que se deshace como azucarillo, con su vestíbulo de entrada y su estancia principal, al fondo, donde lucen dos figuras, una de ellas, la de la izquierda de evidente simbología antropomorfa y muy esquemática, y la de la derecha de forma más indefinida, en realidad dos especies de rectángulos uno sobre otro, que a Jiménez Sánchez le recordaba los ídolos del sur de España, y hasta de Creta y Troya. 

 

Sin embargo, a Pedro Cabrera, de la empresa Arqueocanarias y guía necesario, se le asemeja más al símbolo de Guaguas Gumidafe, empresa de transporte público del Norte, y ciertamente va encaminado en su ocurrencia. Ambos dibujos están pintados en almagre rojo, son invisibles a luz natural y se encuentran deteriorados, como el resto del recinto, con sus peculiares silos del estilo del Cenobio de Valerón, pero en pequeño, y en los que se aprecian las juntas para sellar y entablillar sus entradas. Remata el ajuar un folio sujeto por dos piedras y plastificado con el nombre de Cueva del Moro y unas someras explicaciones, que se completan con restos de hogueras recientes y un librillo ya sin páginas de papelillos Smoking. 

 

Esto de fuera adentro. De dentro afuera el paisaje forma un espectáculo compuesto por la sierra que cae hasta La Aldea de San Nicolás por el oeste, el Teide al frente, y el Juncal y Botija al este. Un poco más abajo de esos 40 metros de altitud y en dirección al agua, se empieza a elevar el farallón de La Fortaleza, que sube hasta los 80 o 100 metros de altura para caer en la banda de costa en pura vertical sobre la marea. Está tan arriba, tan relativamente lejos, y tiene un paso tan estrecho hasta su ‘cumbre’ que allí las gaviotas no se espantan. 

 

Entre la Cueva del Moro, que se ubica en la loma también llamada de Las Moriscas, o Abisinia, como se le ha oído a un pastor llamarla, y La Fortaleza se tropieza el caminante con un solitario túmulo circular, en formato La Guancha, en el que se intuyen varios nichos. El lugar está descuajaringado, mayormente por culpa del sueño de otro pastor. En su duermevela se le cruzó la idea del clásico tesoro escondido y desmanteló el sitio no se sabe si buscando doblones o botellas de ron, pero el caso es que lo que queda de túmulo es apenas un esbozo de lo que probablemente fue. 

 

No obstante el propio lugar, un otero perfecto para vigilar el océano, a tiro de piedra del puerto natural del Juncal, que probablemente derive de la palabra funchal, que es puerto en portugués, se presta no solo a imaginar tesoros, sino cualquier otra clase de misterio. 

 

De hecho, corría el supuesto entre los agaetenses que ovejas que se introducían en los silos de la Cueva del Moro aparecían varios días después flotando muertas en la marea, aludiendo a un laberinto subterráneo que hoy estaría sepultado bajo los sedimentos acumulados por años de abandono y ocupación ganadera, una razón más para el cerramiento y preservación de un lugar que no solo tiene el honor de mantener dos de las escasas manifestaciones antropomorfas en cueva de las islas, sino también la de imaginar un paisaje que se encuentra exactamente con la misma magia que disfrutaron y sufrieron los antiguos canarios.

 

Por Juanjo Jiménez