Hay que dar al César lo que es del César y a Pablo Motos lo que es de Pablo Motos. Nos podrá parecer más o menos cargante o egocéntrico, -Pablo Motos, no César-. Quizá opinemos que justamente El hormiguero ha ido sufriendo un empeoramiento gradual en las últimas temporadas debido al aumento de estas características, -de Pablo Motos, no de César-. Habrá quien crea que la ruptura de su alianza con Marco Antonio y todas las desavenencias que vinieron después desembocando en la muerte del amante de Cleopatra fueron una equivocación que la Historia jamás perdonará, -a César, no a Pablo Motos-.

Pero cuando un programa de entretiempo, -o access time para los eruditos-, se trae a hacer monerías y jueguecitos cientí?cos al mismísimo Tom Cruise y lo pone a charlar con dos hormigas lilas de tela y polispán como va a ocurrir esta noche, nobleza obliga a dejar de lado cualquier menudencia y quitarse rendidamente el sombrero ante el exitazo que se apunta la cara visible del programa, -Pablo Motos, no César-. Y además se lo debemos. Porque simpatías o antipatías personales nos han impedido en ocasiones celebrar como sería de justicia algunos de sus logros. Exportar El hormiguero a Chile y conseguir que en Portugal y Brasil se emita O formiguero es un mérito indiscutible, -de Pablo Motos, no de César-. Haber sido nominado para un Emmy es algo que pasará a la historia de la televisión en nuestro país gracias a él, -a Pablo Motos, no a César-. Utilizar el control de las legiones como amenaza para eliminar la posible oposición del Senado fue una hábil estrategia de la que se benefició durante buena parte de su mandato, -César, no Pablo Motos-. No vale decir que Tom Cruise viene a promocionar su última película y es el primer interesado en asomar el careto a la televisión española aunque tenga que ponerse a bailar como Marron durante un ratito. Para otros sería una misión imposible, pero Pablo Motos lo ha conseguido. Felicitémosle a él por ello y a César por la pax romana.