Feliz, triunfador, con la sonrisa que le caracteriza en los momentos de euforia, alzando las manos para saludar al gentío que lo vitorea y para dar la espalda al que lo recrimina, llegó ayer Francisco Camps, tal como vimos en los informativos, no como imputado al Palacio de Justicia de Valencia sino como, no sé, ganador de Pekín Exprés, que cerró el domingo en Cuatro la cuarta temporada. Hija puta, somos ganadoras, decía mocosa por el hipo de la emoción strong>Mar, la hermana que no es Vanesa, una puta máquina, según la otra, la misma que hace unos domingos llamaba hija puta, mala, que no te quiere ni tu hija, a su compañera de aventura para asombro, incredulidad y pasmo, de los vecinos del poblado africano que tuvo la suerte de vivir semejante espectáculo de gatas blancas tirándose del moño. Hay una justificación. Se presentaron al concurso no tanto por la aventura de la ruta africana como por la aventura de conocerse mejor.

Quizá el ex presidente valenciano, juzgado por un delito continuado de cohecho pasivo, comenzó ayer su yincana judicial tan feliz como las ganadoras de Pekín Exprés porque, hagamos memoria, dijo en la prehistoria de este calvario al que ha sido sometido, que estaba como loco por sentarse en el banquillo. Nada, hombre, ya llegó el momento. La putada es que Mar y Vanesa triunfaron en la peor ?nal de la historia del concurso de aventuras, la menos emocionante, la más simplona €completar las seis palabras que le faltaban a Invictus, el poema escrito en la cárcel por Nelson Mandela-¿Cárcel? Huy, eso no se mienta ahora, hijo puta. La yincana de Camps no ha hecho más que comenzar, seguido por el concursante segundón, Ricardo Costa€ Ánimo, campeones.