Desgarbado, feúcho, enlazando sus dedos como el que los sujeta para que no se rompan, como el que no sabe qué hacer con ellos ni con sus manos, con una camisa más grande que su cuerpo y una chaqueta como prestada, con barbita de importarle un carajo el rollo de las barbitas perfiladas, con los pelos en greñas, con sus ojos tiernos y su voz de miel susurrada, con sus movimientos de cabeza descoyuntada, quieto en el sitio, en el centro del escenario, frágil y enfermizo, dulce y vulnerable, sensible, sin apenas artificio, así cautivó desde el segundo uno Salvador Sobral en Kiev, Ucrania, en el festival de Eurovisión, que el joven portugués dignificó en poco más de tres minutos con 'Amar pelos dois', una canción de letra, música y envoltorio que nada, pero nada, tiene que ver con la farfolla, fritanga, impostura, montaje, diseño, y esperpento que hasta ahora, incluida la presente edición, había visto una audiencia atónita.

Como la canción portuguesa que se alzó por primera vez en la historia del festival con el primer premio no echa mano de trucos ni de ritmos al hilo de las modas, el realizador del programa se las ingenió para darle a la actuación de Salvador un toque de intimidad, un ritmo envolvente como la propia melodía, haciendo que la cámara girara alrededor del artista sin proyecciones espectaculares, luces cegadoras ni efectos especiales.

Tanto el jurado como el público reconocieron el talento y premiaron la autenticidad frente a la mascarada y lo falso. Y cantada en portugués, el idioma del artista. ¿Y TVE? Sin rumbo ni criterio, despeñándose también por el acantilado de la música, llevó a la tele pública al ridículo y la humillación del último puesto. Gracias, eso sí, al pobre Manel Navarro.