Casi nunca se habla de ella, pero qué bien nos viene 'La hora cultural'. Aterriza a medianoche, de modo balsámico, después de que Pepe Hervás nos presente las portadas de los periódicos del día siguiente y de que el director del programa nos dé las buenas noches. Entonces entra en directo, desde la mesa adjunta, Antonio María Gárate Oronoz, para todos Antonio Gárate, que presenta con vehemencia y sin subterfugios una tertulia cultural que, de tan acotada en el tiempo, apenas veinticinco minutos, casi siempre pasa volando. Y no es que Gárate abandone la actualidad. De hecho, cada vez se implica más en ella. En sus entradillas, en sus introducciones pegadas al aquí y el ahora.

Lo que ocurre es que él entra en otra clave, en otro registro. Sustituye los placeres de la tertulia política, que los tiene, por los que proporcionan las disciplinas artísticas, y caben todas: danza, música fotografía, cine, teatro de todos los espectros, literatura, arte y humanidades.

Cualquiera de sus invitados podría venir, o pasar después, al plató de Cayetana Guillén Cuervo. Porque todos pertenecen al mismo negociado. Conocí a Antonio Gárate hace poco más de veinte años cuando, largometraje en ristre, 'Besos y abrazos' (1996) comenzó a viajar por los festivales de cine en tiempo de pesadas bobinas y a una década de que los DCPs sustituyesen para siempre al celuloide. Más tarde reemprendió la ruta festivalera con 'El año de la luna' (2004) que vimos en Peñíscola, aunque no fuese una comedia en sentido estricto. Y de ahí, el salto a la televisión. A 'Miradas 2'. Donde trenzó piezas primorosas. Y en unos años, el salto a la barra cultural de las tardes del Canal 24 Horas. Tantas veces interrumpidas por los directos. Ahora se ha instalado en la medianoche. Y nadie nos puede privar de su goce.