La felicidad es la ausencia de miedo. Lo repitió por activa y por pasiva Eduard Punset cada vez que tuvo ocasión en Redes. Aplicando su aserto en sentido estricto, la humanidad de hoy dista mucho de ser feliz. Y peor que se van a poner las cosas. Da escalofríos pensar que basta con que uno viaje a donde sea para que, si la mala suerte le acompaña, pueda ser retenido en el hotel de destino y puesto en cuarentena si las autoridades locales así lo indican. Y si le toca el premio gordo de la lotería incluso puedes experimentar lo que el protagonista de la película de Spielberg, siendo transportado en una especie de enorme escafandra plastificada hasta un destino incomunicado.

Los informativos de febrero dedicaron sus primeros 25 minutos a hablar del coronavirus. Las audiencias son las audiencias, y el tema no ha podido dar mejores réditos. Salvo algunas excepciones puntuales como la de Lorenzo Milá desde Italia quitando hierro al asunto, muy aplaudida, casi todos han contribuido al alarmismo.

Con la llegada de marzo, lejos de disminuir, la atención informativa ya sobrepasa los treinta minutos sobre un total de menos de una hora de duración. Evidentemente, hay una pandemia biológica, pero también existe otra pandemia emocional, la del miedo, que una vez instalada es muy difícil de erradicar.

El acopio de mascarillas y geles fue sólo una anécdota en comparación con lo que está por llegar. En un país tan fiestero como España parece inimaginable que el virus siembre el pánico en las Fallas o las procesiones de Semana Santa.

Pero como los informativos continúen siendo monográficos esto puede acabar muy mal.