Las frases terroríficas se hunden hasta las cachas en la hiel. La primera, escrita en la mano de una madre que visita a su hijo en la cárcel: ¿fuiste tú? La segunda, disparada a bocajarro por una bestia humana que usa el teléfono para hurgar en la herida de un hijo cuyo padre ha sido ejecutado a sangre fría: "Txato, jódete". Son dos momentos reveladores (crueles, precisos, tajantes) que marcan el tono de 'Patrias: convincentes como drama astillado en varias historias e impecables en su cristalización visual.

Muy bien interpretado, sobre todo por Elena Irureta y Ane Gabarain, esas dos mujeres que se miran sin verse en la noche, una tras una ventana en sombras, la otra apostada en una acera: separadas por un geranio que es provocación y es rebeldía. Hay víctimas y hay verdugos.

La serie es implacable en ese aspecto, por más que un desafortunado cartel de promoción diera lugar a equívocos.

Unos apretaban el gatillo por la espalda y no les importaba que la nuca colocada en el punto de mira fuera la de un inocente, al que antes habían hecho la vida imposible con chantajes, amenazas, acoso. Pero la serie, como la novela, no se limita solo a señalar culpables, errores y horrores.

Queda claro y solo el fanatismo puede nublar el juicio. Su viaje a las entrañas de la monstruosidad es una odisea por las arenas movedizas del dolor bajo una lluvia de lágrimas que hace de cada calle un sudario, esas lágrimas sin fin que no logran limpiar la sangre derramada en el maldito nombre de unos ideales podridos.

Cielos plomizos, días de plomo: el último café, los últimos gestos antes de salir a la calle, donde un asesino espera amartillado. En Patria las viudas hablan con sus maridos enterrados, los telediarios lanzan noticias que llegan 864 muertos tarde (ETA deja de matar), las madres de los criminales los defienden porque son eso, madres, y el cura muestra más comprensión por la familia del terrorista que por la de la víctima.

Los flashbacks muestran fogonazos de barbarie en las calles, chulerías de matones erectos por llevar cócteles Molotov en la mano y que plantan cara a sus padres desbordados. Y las familias, de unos y de otros, se rompen en mil pedazos entre miles de bocas amordazadas.

Sí, empieza bien Patria con esas escenas de matrimonio a la deriva, con el estupor de los hermanos que no entienden la lucha armada y desalmada, con el silencio cómplice de un pueblo que se esconde mientras la lluvia llora sangre.