Una plaga de ostras en las aguas que acogerán la competición de remo y el debate de si las camas prefabricadas de la villa olímpica soportarán entusiastas fornicios han limado el dramatismo en las vísperas de los primeros Juegos Olímpicos que se desarrollarán bajo el estado de emergencia por una pandemia. Las ostras han sido retiradas y las grabaciones de atletas saltando sobre sus camas confirman la solidez de los materiales pero el éxito de la empresa se antoja lejano. 

El viernes prenderá el pebetero de los Juegos que deberían certificar la victoria global sobre el coronavirus pero los titulares nacionales atienden a los contagios, corolario de que en Japón importa menos el medallero que los riesgos de los 22.000 atletas y personal variado llegado desde 200 países. Un gimnasta estadounidense y una voleibolista checa elevan los positivos entre los acreditados a 71. La mitad son japoneses así que el porcentaje de los contagiados foráneos es ridículo, apenas del 0,1%, pero suficiente para inquietar a una sociedad que acumula cuatro olas y tres estados de emergencia.  

La realidad pandémica ha ajustado el optimismo de los organizadores. Pospusieron los Juegos tras haber desestimado la opción confiando en que la vacunación habría inmunizado al mundo este año. El plan no carecía de lógica pero la nueva variante Delta, más contagiosa y mortal, lo arruinó. Meses atrás prohibieron la entrada de espectadores extranjeros, después limitaron la presencia de los locales a la mitad del aforo y por último ordenaron la soledad del atleta para cumplir con el mantra de los “juegos seguros”. Sus esfuerzos no han sido escasos ni tibios.

En la villa olímpica, donde se apretarán 11.000 atletas, se han dispuesto varios centros de análisis y carteles recordando que la mascarilla y la distancia mínima de un metro son obligatorias. Los atletas tendrán un contacto mínimo con el exterior, serán testados a diario y descalificados y aislados si dan positivo. El COI promete que el blindaje de la burbuja es suficiente mientras algunos expertos disienten. Kenji Shibuya, exdirector del Instituto de Salud Social del King’s College de Londres, opina que los 71 casos confirman el sistema como “roto”. 

Una funcionaria japonesa dirige a los recién aterrizados en el aeropuerto de Narita. EFE

Esfuerzos en balde

Los esfuerzos del COI y el Gobierno japonés no han limado el escepticismo popular. Las encuestas han mostrado una oposición a los Juegos por encima del 80 %, inédita en la historia olímpica, y la más reciente sienta que el 68% de los japoneses no cree que los organizadores controlarán las infecciones. La terquedad por sacar los Juegos adelante ha hundido la aceptación del primer ministro, Yoshihide Suga, hasta el 35%, castigado también por una morosa campaña de vacunación que sólo ha cubierto a uno de cada tres nacionales. No se ha cebado el coronavirus con Japón, apenas 15.000 muertes y 840.000 casos, pero su último embate ha forzado a decretar el estado de emergencia en Tokyo. Los contagios diarios superan el millar y la población teme que la gestión de los Juegos absorba los recursos médicos que demanda la última ola.  

La hostilidad social hacia un evento visto como tóxico explica la desbandada de los anunciantes. El gigante automovilístico Toyota renunció días atrás a insertar su publicidad en las retransmisiones televisivas y empresas como Fujitsu, NEC o Nippon no enviarán a sus dirigentes a la ceremonia de inauguración. ¿Merecen la pena unos Juegos con cemento en el estadio, repudiados por la población y patrocinadores y que ponen en peligro la salud nacional? Toshiro Moto, presidente del Comité Organizador de los JJOO, no descartaba hoy cancelarlos si los contagios de disparan pero en este negocio manda el COI. "El COI nunca abandona a sus atletas", ha recordado hoy su presidente, Thomas Bach. También ha elogiado al personal médico y voluntarios como "héroes" y agradecido la nobleza del gobierno japonés por honrar sus promesas cuando se amontonaban los problemas.  

No han escaseado, sin duda. Esta semana se anunciaba que caía de la ceremonia de inauguración el célebre compositor Keigo Oyamada por episodios de bullying escolar y arreciaba el temor por los efectos de la canícula tokiota sobre los maratonianos. Problemas de una magnitud manejable de los que ningún comité organizador se ha salvado. La pandemia global y la oposición popular, en cambio, aseguran un lugar preeminente a Tokio en la historia olímpica.