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Gimnasia

De una nave abandonada al podio olímpico

El Club de Gimnasia Isla de Lanzarote, germen de los éxitos de Ray Zapata, se constituyó en 1999 para dar la oportunidad de elevar el nivel a los deportistas que ya destacaban

Ray Zapata, primero por la derecha, junto a otros deportistas del Club de Gimnasia Isla de Lanzarote en sus inicios en la competición.

Clara Ramos, a la que todos conocen como Clari, tenía una idea que se volvió casi en obsesión. Era 1999. Su objetivo era constituir el primer club de gimnasia en Lanzarote que fuera capaz de dar el siguiente paso: dejar atrás las exhibiciones y moldear a todos aquellos chicos y chicas que tuvieran condiciones para la gimnasia. Todo sin la necesidad de salir de la Isla como le pasó a ella. Un sueño que una década después tiene en la plata olímpica de Ray Zapata el ejemplo más visible de que aquello no era un utopía.

«Llorábamos más que reíamos. Fue una locura maravillosa que nos ha permitido llegar hasta aquí», relata Clari Ramos, alma del Club de Gimnasia Isla de Lanzarote, a la que no le han parado de llover llamadas y mensajes. «Entendí que si queríamos hacer gimnasia de élite necesitábamos el respaldo de las autoridades, pero no podíamos depender en exclusiva de ellos», relata. En aquellos días, Clari Ramos trabajaba para el Cabildo de Lanzarote como monitora del grupo de gimnasia que promovía el ente insular. Pero sabía que en Lanzarote había potencial para más. «El objetivo era llegar al alto rendimiento, a un nivel avanzado», contesta.

¿Y por dónde empezar? «Un familiar mío tenía un amigo que nos dejaron una nave industrial. Se estaba cayendo a cachos, literalmente. Teníamos que ponerla a punto y ahí liamos a todo el mundo: mi familia, mi marido, sus amigos, los padres de las niñas... Todo el mundo colaboró», explica. Cuando llovía, la nave se mojaba más por dentro que por fuera. El material pegado al suelo se empapó más de una vez hasta que las reformas empezaron a poner en orden un club que tenía ya un base abstracta, pero sólida: el coraje y la ilusión.

A Clari Ramos le metió en la gimnasia de escuela, de exhibiciones y festivales, Lolina Curbelo, una institución en Lanzarote. Pero quería más. Viajó, se formó y quería «lo que veía por la tele». Salió fuera en busca de referentes y encontró a Montserrat Ubía, su «hada madrina». «Me guió y me guía todavía», confiesa.

El club empezaba a andar con una misión clara. Por un lado, el fomento del deporte; por el otro, dar una oportunidad a los niños y niñas que tuvieran una proyección nacional o internacional. Este fue el caso de Ray. «No podíamos dejar que ningún niño viera frustrado su sueño por la falta de una oportunidad por nacer o residir en Lanzarote, tanto al que le gusta la gimnasia y no se le da tan bien como el que puede llegar a ser medallista en unos Juegos», narra con un discurso fluido y coherente en cada palabra.

Uno de esos chicos sobre los que se podía construir un campeón era Ray Zapata. Con once años, un par después de llegar a Arrecife, entró por el club. «Venía de una escuela del Cabildo y le vimos una proyección brutal desde entonces. Teníamos ganas, conocimiento técnico, trabajo y conexiones como para lanzarnos. Y a partir de ahí, empezamos a tocar puertas como la de Montse Ubía», comenta. Le explicaron que tenían una pareja de gimnastas con ciertas dotes, pero que sus medios se quedaban cortos. «Teníamos que sacarlos fuera», sentencia. «Iban a entrenar a Madrid y Barcelona una vez al mes», añade.

En aquella época, Víctor Cano y Gervasio Deferr se ocupaban del Centro de Alto Rendimiento de Barcelona. «A Deferr lo conocíamos de los Campeonatos de España, de su relación con Montse... Empezamos a tener cierto contacto. Él vio a Ray en uno de los festivales que montamos aquí y al que lo invitamos. Después lo llevamos al CAR y allí se dio cuenta de que era la horma de su zapato», detalla Clari Ramos.

La plata olímpica de Ray Zapata es la piedra más brillante en la corona del Isla de Lanzarote, que antes de la pandemia contaba con 400 niños. Pero para Clari Ramos el sentido del club va más allá. «Hay historias tan bonitas como las de Ray en el club, tan merecedoras de una medalla como la suya. Recuerdo casi todas las conversaciones que he tenido con mis gimnastas estos años y se quedan en mi corazón. Creo que el club ha ayudado a muchos niños, a muchas familias y hacer eso a través del deporte es algo precioso», finaliza. Son todas las medallas que no se ven, pero que sí lucen.

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