¿Por qué hemos exagerado los riesgos de la gripe A? Seamos sinceros: porque nos hacía ilusión gozar de una pandemia. En una sociedad que tiene de todo, incluso parados de larga duración, la pandemia representaba una novedad excitante. No nos quiten ustedes la ilusión de que cierren los colegios, los mercados, los museos, los cines, las bocas (del metro)? Ya sabemos que no va a ocurrir, pero a nadie le hace daño imaginar que cada familia aportaría tres o cuatro cadáveres a la infección. Déjennos soñar con esos cadáveres arrojados por la ventana al carro de los muertos, conducido por un tipo siniestro cubierto con una mascarilla negra. Los muertos de las operaciones regreso ya aburren, están todos muy trillados. Por eso no contamos sus biografías, no decimos cuántos huérfanos dejan, no detallamos si estaban a punto de casarse o de tener un bebé. Necesitamos nuevas formas de perecer masivamente y la gripe nos había abierto una puerta fantástica a esa posibilidad. Por eso apareció como una fórmula revolucionaria para romper la rutina, lo mismo que en su día el asunto de las vacas locas. Lo de las vacas locas dio mucho juego. Imaginábamos nuestros cerebros agujereados por el virus, o lo que fuera, y nos moríamos de gusto. Pero pasó sin pena ni gloria, mire usted, y llevábamos años sin ninguna catástrofe que echarnos a la boca hasta la aparición de la gripe A, que al principio se trató bien, con el sensacionalismo que merecía. ¿A qué echar ahora jarros de agua fría un día sí y otro también sobre nuestras esperanzas? Ya sospechábamos que no cerrarían los colegios, pero dejen ustedes que los niños imaginen que sí. De un tiempo a esta parte, los niños sólo reciben regalos reales, cuando todos sabemos que la realidad es una basura. La gripe constituía un juguete imaginario de primer orden. ¿Ustedes saben lo que es empezar el curso imaginando que van a cerrar el cole a la semana de comenzar las clases? Decirles lo contrario es como confesarles que los Reyes son los padres. Ya sabemos que la gripe A no existe (o que son los laboratorios farmacéuticos), pero déjennos ustedes imaginar que nos va a matar antes de la comida familiar de Navidad. ¿A quién hacemos daño?