Recomendar un paisaje tiene el mismo riesgo que recomendar un libro. Depende de la persona. Porque si el paisaje es un estado del alma, del libro no digamos las circunstancias. Pero si usted, lector, es amante del campo, le gusta el senderismo, o desea perderse por rincones propicios para sensaciones inéditas, haga caso a la sugerencia que hoy le hago en esta columnilla. A cinco kilómetros de la carretera Artenara-Tamadaba, en el mirador conocido como Degollada del Sargento, deje el coche y tome el sendero que asciende hacia la Cruz de María. Este es el camino real que conduce a La Aldea de San Nicolás. Aunque tiene que subir un trecho, la sombra de los pinos atenúa la cuesta, y en quince minutos llegará a la explanada donde se halla una pequeña cruz de madera. El lugar está nimbado de leyendas de antiguos caminantes y arrieros, que relatan historias de brujas y sombras movedizas que se presentaban a la 'prima noche', medición del tiempo rural, más allá de la caída del sol. Pero como usted camina de día no tiene por qué sentir ningún temor. Lo que sí le puede hacer temblar es el inédito panorama que tiene ante sus ojos. Pronto llegará a las Lajas del Eslabón (popularmente, del Jabón), curioso promontorio de basaltos puntiagudos donde las cabalgaduras, al rozar los cascos herrados, salpicaban de chispas el camino. Inmediatamente el sendero se bifurca, y, siguiendo a la derecha, ascenderá por la falda de la montaña. Tirma, al norte; Acusa, al sur; a nuestros pies, Tifaracás; La Aldea, al oeste; a lo lejos, el Teide. Usted está en la cima de la Montaña de Altavista, que las crónicas del XVI llamaban Azaenegue. No olvide el topónimo, ni tampoco el regreso.