Aunque al final todo salte por los aires y acabe como el rosario de la aurora, hay un punto innegable de grandeza trágica, de bizarro coraje, de dignidad suicida, en la decisión de Papandréu, metiendo en escena, en el último minuto de obra, al coro que faltaba, al clamor del pueblo, tan ausente hasta ahora en un libreto en el que sólo tenían verbo un señor de horca y cuchillo, de voz tonante y sonoras carcajadas -los mercados-, y el dócil y apocado criado que le ríe las gracias -la corte de políticos-. Es difícil festejar, tal como ha puesto las cosas, que esto haya ocurrido, pues un libreto conocido, aunque sea deplorable, nos conforta más que una obra abierta, pero que algo así había de pasar, y el nuevo orden que se trata de imponer no lo tendría tan fácil, estaba cantado. Si Grecia entrega a la UE su soberanía a cambio de la ayuda, ¿no tiene sentido acaso que hablen los griegos?