Rajoy no se moja ni en la ducha, y hace bien. Este es un combate con los papeles invertidos: el aspirante domina el centro del cuadrilátero y no necesita arriesgar, mientras que el defensor del título es quien se mueve, buscando por dónde penetrar la guardia. Rajoy se nos presenta como el mecánico que abre el capó de un coche renqueante y advierte: "¡Qué mala pinta! ¿Quién le hizo esa chapuza? Habrá que mirar más a fondo, porque parece que está todo mal puesto". O sea: deje las llaves y ya le llamaré. La táctica funciona porque, efectivamente, el coche no anda, echa humo y se le caen los tornillos. El cuadro no admite debate: en cuanto los socialistas abren la boca, se les puede descalificar con un contundente: "Ese desastre no se ha hecho solo". Y cada día se rompe alguna pieza más. Cuando no es la EPA es el paro registrado o la gasolinera de Blanco. Sólo faltaba que saliera Zapatero a responsabilizarse de todos y cada uno de los cinco millones de parados. Como si con ello liberara a Rubalcaba, cuando en realidad ayuda a hundirle. La decisión de cambiar de taller ya está tomada, y lo mejor que puede hacer Rajoy es no decir nada que conduzca a los electores a reflexionar sobre sus habilidades. Su mejor carta es que no dejemos de pensar en la incapacidad de los otros. A ver cómo se las apaña para mantener esta línea en el cara a cara de lunes por la noche. ¿Será capaz de debatir durante una hora y media sin concretar nada de nada, y que se note poco? Sospecho que sí.