Ojalá vivas tiempos interesantes", reza una maldición china, maldición que se ha venido a cumplir precisamente en nosotros. Vivimos tiempos interesantísimos, de eso no cabe duda, tiempos que los historiadores escudriñarán en el futuro con fascinación, en los que se está definiendo un nuevo orden de cosas. Pero visto desde dentro de la tormenta, esto es tremendo.

Se están erosionando tantas cosas, que quizá sería más práctico enumerar las que más o menos aguantan el tipo. Además, no todo lo que se está yendo abajo es cuantificable en estadísticas, por mucho que éstas aspiren a describir el mundo entero con sus tiradas numéricas.

Por ejemplo, el factor psicológico de las relaciones laborales, ahora regidas por un darwinismo feroz. Antes, con mayor estabilidad, el asalariado podía a llegar a sentirse en su empresa como en una gran familia. Esto suena a tópico y a ñoño, pero en cierta forma funcionaba y daba al trabajador una tranquilidad y una predisposición a sacrificarse en momentos concretos. Ahora, por el contrario, se le exige que se sacrifique todo el rato, aunque esté temiendo que hoy o mañana le serruchen el piso y se caiga de culo al desempleo.