Cuenta la leyenda que César González-Ruano escribía meticuloso sus artículos durante las mañanas en la madrileña cafetería Teide, pálido sucesor de los cafés bohemios de décadas anteriores. Aquel dandi sin parnaso se había convertido en una máquina de facturar precisas y preciosas columnas líricas en cuartillas abigarradas de letras con muchas volutas, que luego los ujieres de los periódicos pasaban a recoger para llevar a los cajistas. Tenía que parir textos como una ametralladora pare disparos, urgido por los gastos de un marquesado absurdo al que nunca quiso renunciar.

Como en la España franquista de posguerra los periodistas no podían escribir de casi nada, Ruano les hacía lindas y sentidas prosas en blanco y negro a las castañeras, las farolas de gas y los amigos célebres que se le iban muriendo. Así, acabó convirtiendo la necrológica en un género mayor a base de erigir con letras túmulos a tanto muerto.

Cuando el tiempo vital se le fue echando encima, ideó una teoría peregrina que asimilaba el articulismo al soneto, queriendo legitimar su labor de cara a la posteridad. Pero la posteridad no le fue avara y hasta le reservó un célebre premio de periodismo que lleva su nombre, señalándole así como modelo de este oficio. ¿Pero en verdad es el suyo un modelo válido para los que nos dedicamos a él hoy? De aquel articulismo a ahora ha transcurrido algo más de medio siglo, pero para esta profesión es como si hubiéramos atravesado tres glaciaciones y la extinción de la megafauna. Si a Ruano le hubieran hablado de tiempo real, seguramente hubiera pensado en los relojes de Alfonso XIII.

Pero las cosas han cambiado mucho y no han cambiado tanto. Porque el reto es en última instancia siempre el mismo: contar a la gente lo que está pasando. A los que nos ganamos la vida con esto nos llevan acojonando desde hace años, asegurándonos que dentro de nada seremos piezas fungibles, intercambiables con cualquiera que se asome a una red social. Yo creo, por contra, que ahora más que nunca hay que contar y explicar bien este mundo tan complejo. Y eso, escribiendo desde una cafetería o en la edición digital de un periódico, quienes mejor saben hacerlo son los periodistas.