No se habla del tabaco en la campaña, pero el humo se filtra bajo la puerta. A Rajoy, castizo fumador de puros, se le atribuye escaso afán prohibicionista en el asunto, por lo que, cuando menos, se espera de él la benignidad o tolerancia que ya reina en los feudos más intensos del PP, como Madrid. Sin embargo, esto se le puede volver en contra, incluso entre los adictos. Gracias a la prohibición, el fumar, antes tan vulgar, se ha convertido en signo de la resistencia, de la navegación contra corriente, del no entregarse a tanta salud como los veterinarios de la granja nos quieren inocular. El cerco ha generado una franca afinidad entre los fumadores sitiados, que se miran con simpatía, e incluso cariño, cuando se ven prender un cigarrillo. Miles de terrazas, abrigos y burladeros, donde hay calor humano, han brotado al exterior de los bares. ¿Es que Rajoy quiere ahora quitarnos todo eso?