Como establecen bien establecido las leyes de Murphy, la tostada siempre cae al suelo del lado de la mantequilla, algo que traducido al más viejo refranero español podría concretarse en el famoso 'a perro flaco todo son pulgas'. Cuando estalló la crisis desatada por una fatal mezcla de codicia de la dictadura de ejecutivos y de mediocridad política, Europa estaba con las defensas bajas. Gran Bretaña se había convertido en el caballo de Troya del neoconservadurismo USA; y la Unión Europea había empezado a sestear y a mirarse el ombligo con una descorazonadora hornada de dirigentes a los que les faltaba un hervor o que, sencillamente, no eran europeístas. La Constitución, que era el paso siguiente al proyecto que comenzó a tomar forma en Maastricht, fracasó por varias razones, aunque la puntilla fue el rechazo francés en referéndum y las martingalas británicas. El sustituto descafeinado, desnatado, edulcorado y en tazas de usar y tirar fue el acuerdo de Lisboa: la constatación de un fracaso. Hasta los filósofos más entretenidos aseguran que es imposible saber qué ocurriría si hubiese ocurrido lo que no ocurrió. Pero de lo que no hay duda es de que si a la gran generación de estadistas que quiso dar el gran salto adelante en Maastricht le hubiera sucedido una equivalente, con peso e ideas claras, con determinación y constancia, con visión de Estado y no de campañas electorales, los 'mercados financieros' y las agencias de des-calificación habrían tenido las cosas más complicadas. La Unión Europea se habría dotado de instrumentos eficaces para defender la política monetaria común; entre otros, una política exterior común y un Banco Central Europeo con mayores poderes de reacción y disuasión. Frente a la Europa de la fortaleza y la unidad progresiva, y progresista, surgió, en la espuma de la mediocridad, la Europa de la debilidad, la desunión y el nacionalismo de bombos mutuos. Fue una inesperada conjunción 'astrológica': al papanatismo populista se le sumó el seguidismo a las políticas de los republicanos norteamericanos en manos de dos presidentes con similar deficiencia intelectual, Reagan y Bush hijo; y a todo esto se le añadió la ampliación a los países procedentes del 'telón de acero', que en aplicación de la ley del péndulo, apoyaron en buena parte a los intereses estratégicos de Estados Unidos antes que a los de la UE. Aún con la digestión de esta ampliación voluntarista, y con la Constitución rechazada y sustituida por un subproducto hecho de retales, aparece un crac mundial desatado por personajes que han perdido la noción del interés general, y por supuesto, de la vergüenza, emborrachados con el alcohol de alta graduación del egoísmo de un liberalismo libertino.

Los 'recortes' de emergencia no tienen efecto si no van acompañados de una intervención política cuyo principal ingrediente es el factor 'más Europa'. Los 'mercados financieros' no son hermanitas de la Caridad, ni tan siquiera personas decentes según los cánones que hemos heredado desde que el hombre decidió pactar para convivir. Por mucho que se le den bistecs a la pantera, la pantera siempre atacará como lo que es. Le puede el instinto. Todos los gestos que han hecho los países europeos acosados por esta perversión del sistema no solo han sido inútiles: han abierto el apetito de la bestia, que quiere más. Ha olido la debilidad, ve la desunión, siente el miedo en sus víctimas, y vuelve a rugir abriendo las fauces. Y hala, más recortes con la vana pretensión de que se calme el animal. No sirve de nada. Y a nadie se respeta ni teme por cumplir puntualmente con el sacrificio al becerro de oro. Con el agravante de que además de estos ataques depredadores, se está consiguiendo que los ajustes viertan los dineros públicos en un pozo negro sin fondo, que se diluye en los subterráneos y cloacas del capitalismo de casino.

(tristan@epi.es)