En el capítulo anterior se cuestionaba por qué un gobierno se dedica a sufragar villancicos al timple. En el fascículo de hoy se intenta elucubrar el proceso por el cual se llega a esta curiosa decisión.

Reunión de Gobierno. Diez de la mañana de un 1 de diciembre. Café y leche.

Consejero 'a': Presidente, llega la Navidad, apenas nos quedan unos días.

Presidente: ¿Por dónde?

C: La Navidad no es un vehículo ni un desastre, es una parranda que celebran los aborígenes desde hace 500 años, presidente. Es muy de aquí. Se adornan las chozas con bolas, guirnaldas y belenes.

P: Aaah, sí, beletenes. Conozco el tema.

C: No. Beletenes, no, belenes: entrañables recreaciones pintorescas con figuritas que a modo de maqueta festejan el nacimiento del señor nuestro pastor.

P: ¡Pues hagamos una a tamaño natural! Berriel, coge el rotulador, redacta un plan insular de ordenación y encájala.

Berriel: Señor presidente, habría que retranquear muchas carreteras.

P: Berriel, tú siempre con problemas. Traza tu rumbo por siete estrellas y se forjarán caminos sobre el mar. Y cuando salgas dile al ujier que traiga el timple que ya nos hemos ganado las dietas por hoy.