Mariano Rajoy demostró en la noche alegre (para el PP) del 20-N que sabía perfectamente la enormidad del desafío que le caía encima; y lo sabía aunque no lo hubiera aparentado hasta bien metido en la campaña por el abuso preventivo del 'depende'. Por eso algunas de la frases desconcertaron a los oyentes, fueran estos socialistas, estupefactos ante lo que escuchaban, o incluso populares que habían llegado a creerse la propaganda de su partido, algo insólito en ciertos niveles de la vida orgánica. "No hemos prometido milagros", declaraba con solemnidad. ¿Ah, no? ¿Y decir que solo con el cambio de gobierno se arreglaría el paro, qué era?, ¿un ejercicio científico? ¿Puro racionalismo? Hay quien sostiene que las elecciones tienen algo de pila bautismal que lava los pecados originales. Así, los gamberros y pícaros de las tramas Gürtel dicen que las urnas los han legitimado. Tras el recuento de los votos todo es como empezar de nuevo, y es conveniente marcar una clara línea roja, o azul, bien pensado: en el futuro las promesas se cuentan a partir de la madrugada del 21 de noviembre. Antes, no vale.

El discurso, tuvo un tono muy institucional, aunque eso de que quería ser el presidente de todos los españoles era más propio de Su Majestad que, por obligación de la Corona, no vota sino en los referéndum de Estado. Quien vota a su partido, y ha venido proclamando la llegada del fin del mundo de la mano de los socialistas con integrismo incendiario, ¿cómo puede sostener que va a ser el presidente de todos? La ideología imprime carácter, y todo en la vida se ve a través de esa perspectiva. Un político está amarrado a su programa, y los imprescindibles consensos no anulan ese hecho científicamente probado. Y si encima hay antecedentes...

De todas formas esta voluntad, si es sincera, implica un cierto arrepentimiento. Las reiteradas ofertas al 'trabajo común' , al 'esfuerzo común', no se corresponden con la táctica que Rajoy llevó en la oposición. Todas las manos que le echó a Zapatero se las echó... al cuello, o empujándole por la espalda al borde del risco. Un colega me comentaba que no siempre había sido así, que cuando Bruselas exigió un cambio urgente en la Constitución, para fijar un compromiso de equilibrio presupuestario y 'calmar' a las fieras que devoraban la economía, el líder de la derecha prestó su apoyo 'ya' a la reforma exprés. Cierto, pero la política, como el amor, no es cosa de una noche. Ese episodio, encima, estuvo marcado por llamadas imperativas de Merkel y Sarkozy. Si Dios aprieta pero no ahoga, Merkel y Sarkozy cuando aprietan pueden ahogar; lo han demostrado con su terquedad en ignorar que una vaca sobreordeñada y poco alimentada deja de dar leche...

Pero a pesar de todo, incluso de los hechos probados y recordados y de la legítima aplicación de la proporcionalidad acción - reacción, ya lo establecía hasta el Eclesiastés, el PSOE tiene que hacer con el PP lo que el PP no hizo con el PSOE: actuar en la oposición con un sentido claro de lealtad institucional, defendiendo en el exterior los intereses de España, al margen del gobierno de turno; respaldando las medidas con las que se esté de acuerdo, sin que un sentimiento de revancha se interponga ante la responsabilidad política. Asimismo, Rubalcaba (o su sucesor) habrá de respaldar en Bruselas a Mariano Rajoy para que el presidente español ) pueda borrar la mancha que dejó Aznar al acaudillar la firma de 'Los 8' que dinamitó el proceso de la política exterior común, y lo que ello implicaba; y b) logre que la estrategia anticrisis pase de la cuenta de la vieja a la intervención keynesiana en los sectores públicos para mover el consumo. Pero que nadie se engañe: la oposición más dura que va a tener Rajoy es la de los 'mercados' y la codicia sin fin de los especuladores... si se impone en él el interés nacional. De todos. (tristan@epi.es)