Para explicar el peor resultado electoral del PSOE desde 1977, algunos comentaristas han apelado a la crisis que nos afecta como causa principal (en paralelo a las derrotas cosechadas por otros partidos en el poder, también arrasados por el peor vendaval económico vivido en Occidente desde 1945).

Todo ello, sin importar el color del partido gobernante. Como prueba, alegan, el presidente y líder de la derecha francesa, Nicolas Sarkozy, corre serio riesgo de ser derrotado en las presidenciales de primavera por el candidato socialista, François Hollande. Sin embargo, si analizamos el caso español (aunque no solo), pueden verse problemas estructurales en la socialdemocracia, cuyo edificio estaría aquejado de una aluminosis de difícil reparación.

Dos ejemplos. Es un hecho que, desde los años 90, el PSOE va perdiendo el voto de las clases medias urbanas (que, en el conjunto de España, optan por el Partido Popular). Por otro lado, la lealtad al PSOE de estratos medios-bajos, en zonas periféricas de grandes ciudades, se ha resquebrajado tras la concentración inmigratoria en dichas áreas (compitiendo, primero, en puestos de trabajo no cualificados y, después, engrosando las filas del paro). El agravamiento de la crisis ha aumentado la distancia de dichos sectores con el socialismo (algo visible, por ejemplo, en Cataluña, donde han perdido las elecciones generales por primera vez), desviando el voto hacia IU, UPyD, el PP y, sobre todo, la abstención.

Ante la velocidad con que la crisis erosiona liderazgos políticos puede que el PSOE recupere fuelle electoral, en la medida en que las duras políticas a aplicar por el PP empiecen a desgastar a Rajoy. Pero, como el dinosaurio de Monterroso, las fallas de fondo socialistas seguirán allí.