Es soportable que te lobotomicen al amanecer si tienes un amigo indio que te haga ir al más allá con la almohada. Pero lo que no aguanta ni Martini en aquella película es que nos hagan creer que la llave para cerrar la crisis está en privatizar la sanidad y la educación, no invertir ni un céntimo de dinero público ya no en infraestructuras, sino en nada de nada, y, además, dejar en pelota picada al empleado frente al empleador, al trabajador frente al empresario, al explotado frente al explotador. Si te encierran en un manicomio, o te encierras a ti mismo en el tuyo, lo puedes pasar mejor. Montas una orquesta, haces teatro y te rebelas, hasta que viene el médico loco con los electrodos o con los pinchos: al menos hay un final. Aquí lo que está previsto es una agonía, la de los de siempre, la de los parados y los pobres, la de los asalariados medios e incluso alguno un poco alto, y el enriquecimiento constante de los que tienen en sus manos los medios de producción y roban las plusvalías del esfuerzo de sus trabajadores. "Sus trabajadores" es una forma moderna de decir "sus esclavos", por eso piden la desaparición de los convenios y la expulsión de los liberados sindicales al infierno (¡son tan liberales y nada leninistas! como dice Esperanza Aguirre). No todos los liberales de la historia han sido así, al menos los anglosajones, a los que la derecha de este país reivindica sin saber, despreciando cuanto ignora, como siempre. En abril de 1932, Franklin D. Roosevelt, un conocido anarquista americano que llegó a ser el 32º presidente de los EE UU, dijo en su famoso discurso The Forgotten Man: "Estos tiempos desafortunados piden que se tracen planes que fijen la mirada en los olvidados, los no organizados. Planes que ponen la confianza una vez más en el hombre olvidado en la base de la pirámide económica". Después, hizo políticas económicas anticíclicas, superó la crisis del 29 y les ganó la guerra a los nazis. Como nuestros liberales/conservadores europeos de ahora.