Esta semana la Universidad de Sevilla acogió un simposio sobre el escritor judeoandaluz Rafael Cansinos Assens. Es admirable la labor de la Fundación ARCA, presidida por Juan Manuel Bonet, para administrar su legado sobreponiéndose a los contratiempos y los recortes, que son muchos y muy perros. La nueva corporación local sevillana le ha quitado sede y ayudas, casi desterrándola de la ciudad.

Y es una pena, porque Cansinos estuvo en el meollo de muchas cosas interesantes: en el del tránsito del modernismo a las primeras vanguardias; en el de cierta crítica literaria impresionista, que ahora algunos reivindican, lejana al estatuto científico que pronto imprimirían a esa labor los vientos del formalismo ruso; en el importante movimiento de retorno de judíos a España a principios del siglo pasado, nucleados en torno al exiliado líder sionista Max Nordau...

Ya nuestro escritor conoció bien en vida lo que es el poder atrabiliario. Cuando llegó el franquismo se encastilló en un riguroso exilio interior, que es lo que hay que hacer cuando los bárbaros cogen el mando. Escribió sus diarios en muchas y variadas lenguas, una criptografía perfecta que los puso a salvo de inquisiciones.