No es verdad que nadie haya prevenido sobre las consecuencias del despilfarro en Canarias (y en España). Sencillamente es mentira afirmar que de repente los presupuestos autonómicos cruzaron la línea roja, y que de repente la sanidad disparara las alertas, y que de repente estallara el fracaso escolar en las Islas y la educación entrara en barrena. No hace tanto tiempo como para olvidarlo, personas sensatas y periodistas juiciosos que veían detrás de las columnas de humo advirtieron de que a) la policía autonómica además de innecesaria constituía un compromiso económico que desequilibraría las cuentas regionales y socavaría los cimientos presupuestarios de alta prioridad; y b) el crecimiento fuera de control de la televisión pública llevaría aparejado el mismo resultado. Consecuencia elemental del principio de vasos comunicantes: si hay más a repartir a cada uno toca menos; y si encima las ocurrencias se llevan a cabo en pleno periodo de pinchazo de la burbuja, peor.

¿Acaso nadie recuerda las críticas al dispendio en faraónicas obras públicas de excesiva dimensión? El empeño en alargar hasta San Cristóbal si fuera necesario el dique Reina Sofía y la reconstrucción del Muelle de Las Palmas a la altura de Bravo Murillo -al final se puso una escollera- no tenían en cuenta el diseño portuario a partir de La Esfinge y la posibilidad de trasladar a un relleno a naciente del Reina Sofía la zona de contenedores. Propuestas disparatadas como la autopista al Madroñal, túneles y viaductos comprometidos por la 'cuota política' y no por imperativos de la intensidad del tráfico, han constituido un saco sin fondo.

Hace unos veinte años, cuando el STEC lanzó la guerra gremial por la jornada continua y la homologación salarial con otros colectivos ya se dijo que se entraría en una espiral de gasto que no podría asumirse sino a muy largo plazo, que la secuela de la contracción de jornada sobre el alumnado iba a ser demoledora, pues las famosas actividades extraescolares no podían implementarse con los recursos disponibles, y que todo lo ganado en calidad educativa se iba a echar por la borda. Como lucha sindical fue un éxito, pero como política educativa, un caos. El sindicalismo isleño se adelantó tanto, tanto, tanto al del resto de España, que provocó el efecto de 'morir de éxito'.

¿Se han sacado las oportunas lecciones? Todo indica que no, porque además de los ajustes impuestos por la necesidad de sobrevivir no hay un nuevo discurso sobre el modelo económico y las reglas del juego. Consejo Económico y Social y Audiencia de Cuentas podrían ser tenidos en cuenta en vez de tratarlos como a jarrones chinos de la dinastía Ming, tan bellos y valiosos que solo sirven como decoración.

También muchos analistas -columnistas, expertos, profesores...- reiteraron su convencimiento de que el sistema de financiación municipal basado en las licencias de construcción estaba produciendo un mecanismo perverso: subordinaba el urbanismo a los ingresos, y provocaba un caso de libro del 'remedio peor que la enfermedad', pues a más viviendas, más necesidad de recursos para mantener los mayores servicios que requiere el aumento de población. Y la administración regional e insular, en vez de reaccionar en todos los frentes donde es atacada, solo se concentra en uno, el ajuste de emergencia, con lo cual el problema real se agranda 'a futuro'. En Canarias parece que puede aplicarse aquel enunciado marxista (de Groucho) sobre la política: "Es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados". Algo que nos excede, y que puede aplicarse perfectamente a las medidas anticrisis centradas únicamente en los recortes sociales en la UE dirigida por Merkel y Sarkozy y un coro (s.e.u o.) de mediocres paniaguados.

(tristan@epi.es)