Si se abre el melón de la reforma laboral, será inevitable que alguien ponga sobre la mesa la cuestión de la indexación salarial al IPC, esa escala móvil que hace subir cada año los salarios según lo haya hecho el coste de la vida y con independencia de los resultados de la empresa. Hacerla desaparecer de la tradición negociadora española ha sido una de las peticiones de Merkel a Zapatero, ya que su receta consiste en sacrificar bienestar para sufragar la deuda. Si el país se ha empobrecido, viene a decir, sus asalariados no pueden ganar más cada año. Pero la indexación no sirve para ganar más, sino para no perder, ya que es una respuesta a la inflación. Y es también un referente cómodo para ambas partes en la negociación colectiva, que así se reduce a discutir si se le añaden algunas décimas. Con ello se ahorran un montón de conflictos.

La alternativa a la indexación es vincular los aumentos salariales a las mejoras de la productividad o de los beneficios, pero estos no dependen solamente del factor trabajo. Los sindicatos se oponen a que los empleados paguen las malas decisiones empresariales, y a los patronos les viene bien no compartir los beneficios cuando los hay. Pero la realidad está empezando a desmontar el esquema, empezando por el sector público. Tras la anunciada en mayo de 2010, llega ahora una nueva ola de rebajas salariales para funcionarios, de la mano de las comunidades autónomas. En el sector privado son numerosas las empresas que han congelado remuneraciones. Tales decisiones se presentan como provisionales, dando por sentado que la vuelta a la prosperidad permitirá recuperar lo perdido, pero nada de ello es seguro: ni que vuelva la prosperidad, ni que la nueva era mantenga la indexación, ni aún menos que se recuperen los atrasos.

Más pronto que tarde vamos a contemplar una ofensiva en toda regla contra los convenios de sector y a favor de los convenios de empresa, que en muchas se va a traducir en un no-convenio, es decir, en el pacto individual entre empleador y empleado, con lo que el IPC sería un dato más en la negociación. Pero ello responde a una lógica laboral muy alejada de nuestra experiencia, tan alejada como pueda estarlo la idea alemana de la cogestión, o participación de los trabajadores en las decisiones empresariales. Aquí el esquema consiste en que un amo contrata empleados para toda la vida, con la garantía de que su sueldo no va a valer menos cada año que pase, y los empleados aceptan que el amo es el único que decide, y punto.