Por paradójico que esto resulte en el país de Fernando Alonso y Dani Pedrosa, España será un conductor de segunda dentro de la nueva Europa a dos velocidades que nuestra canciller Angela Merkel se dispone a inaugurar. La crisis ha puesto muy caro el carné de primera, que solo estará ya al alcance de los pocos socios ricos de la UE con la necesaria solvencia para pagárselo.

Vienen tiempos duros para los europeos de la segunda velocidad en la que inevitablemente va a militar España. No solo habrá que ceñirse -aún más- el cinturón de seguridad, sino que la gasolina nos costará mucho más cara que a los felices pilotos de la primera clase. En esta desigual carrera, los conductores de clase A como Alemania o Francia circularán confortablemente por la autopista del euro gracias a que el combustible del dinero les sale a buen precio. Baste decir que el importe de los intereses que paga el bono alemán es seis o siete veces menor que el de Italia y España, por poner dos ejemplos que realmente nos caen próximos.

Obligados a apretarse por igual el cinturón los países ricos y los entrampados por sus pufos, mucho es de temer que estos últimos -como España, un suponer- acaben trabajando solo para pagar los intereses de su cuantiosa deuda. Lo lógico en esas circunstancias es que sufran un proceso de empobrecimiento progresivo a medida que los ajustes y recortes vayan aminorando el consumo y, por tanto, la producción y el empleo. Los casos de Grecia y Portugal son un referente más bien sombrío de lo que les espera a los demás miembros de la periferia de la UE cuando la Europa de las dos velocidades los relegue a carreteras secundarias.

La tentación fácil es echarle la culpa al dúo Merkozy, que, como es lógico, gobierna el continente en función de sus intereses; pero resultaría un tanto absurdo quejarse de que Alemania o Francia hayan sabido acometer, cuando tocaba, la puesta a punto de su motor económico. Algo habremos hecho mal los demás para no disponer de una máquina robusta y fiable como la suya.

En el fondo, el de España ha sido también un problema de orden automovilístico. Cuando nadie podía intuir siquiera que la creación de una Europa a dos distintas velocidades nos desterraría al pelotón de los torpes, el Gobierno de Zapatero se ufanaba de disputar la Champions League a los grandes países del continente. España iba como una moto, hasta el punto de que no solo había adelantado a Italia, sino que pronto haría lo propio con Francia antes de alcanzar a Alemania en un plisplás. Afirmaciones tan asombrosas como estas las hacía el todavía primer ministro español hace apenas cuatro años, aunque ahora cueste creerlo.

Cuando los parados comenzaron a caer por millones, el Gobierno corrigió un tanto su optimismo, pero no sus metáforas. La crisis que no existía pasó a ser entonces una leve "desaceleración" y luego una "desaceleración acelerada", según el feliz si bien algo contradictorio hallazgo expresivo de Pedro Solbes, que a la sazón ejercía de conductor de la car-tera de Economía.

Después de eso aún se hablaría de "crecimiento negativo" -que es tanto como decir que llueve hacia arriba- y de "reajuste de previsiones a la baja", entre otros conceptos con los que el Gobierno demostró su notable creatividad lingüística. Todo antes que reconocer la existencia de la crisis y adoptar las medidas que ya por aquel entonces Alemania venía acometiendo desde varios años atrás. Cuando Zapatero decidió rendirse por fin a la evidencia en fecha tan tardía como el año pasado, la catástrofe tenía ya un muy difícil arreglo.

No parece que ese arreglo vaya a facilitarlo la muy probable división de la UE en un club de dos velocidades que más bien ahondará el foso entre los conductores que revisaron su motor a tiempo y los que no. Lo único seguro es que habrá que apretarse el cinturón, pero ni aun así hay garantías de que España se libre de un buen leñazo. Las carreteras de segunda tienen mucho peligro.

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