En general, las administraciones públicas disponen de más recursos de los que pueden asignar de modo eficiente. Por eso en tiempo de abundancia, cuando el cociente entre la disponibilidad financiera y la capacidad para el gasto eficiente es más alto, se hacen tantos disparates.

En la escasez las necesidades se aquilatan (o sea, se pesan), el modo de afrontarlas se modula, la inversión se ajusta. Para qué vamos a engañarnos, las administraciones públicas andaban bastante holgadas, y el tiempo de vacas flacas puede ser un reconstituyente de la eficiencia. Habrá sin duda situaciones límite, pero que la cabeza de los gestores se ponga a echar humo de tanto pensar cómo hacer cosas con tan poco quizá sea saludable.

Es como gobernar cuando se está en minoría (escasez de votos): se puede ver como desdicha, pero en el fondo es una impagable oportunidad para la política y los consensos.