Los lectores supervivientes conocen el problema de deshacerse de los libros usados, en un mundo que no admite más cultura de la que cabe en un iPad. Quizás no merecen un respeto más reverencial que el papel de periódico, según demostraba García Márquez al arrancar sin piedad las hojas de un volumen conforme las iba leyendo.

La adoración al libro objetivado es patrimonio de los coleccionistas. Nunca pensé ingresar en ese gremio, pero compré casualmente un volumen que se aprecia a cada día que pasa. Lleva por enrevesado título El hacedor (de Borges), Remake, pero quien presume de la autoría es Agustín Fernández Mallo, progenitor de la generación Nocilla.

Tal vez deberíamos preservar las cuotas decrecientes de ingenuidad en el planeta, pero cabe preguntarse qué país habitan quienes pensaron que la hacedora de Borges permitiría que la apropiación quedara impune. Hubo intervención fulminante de la viuda María Kodama, que guarda en una cámara acorazada el pálpito del genio. El libro fue retirado del mercado, y yo me siento dueño de un tesoro. El objeto, porque el contenido no siempre está a la altura.

En sus Confesiones de un joven novelista, elucubra Umberto Eco sobre la hipótesis de transformar a Gregorio Samsa en un apuesto príncipe. Su conclusión establece que "sólo tenemos que reescribir, pero ¿de verdad queremos hacerlo?" Es la pregunta más coherente tras la lectura del remake de El hacedor. La respuesta es negativa. Fernández Mallo -magistral en Creta y Postpoesía- ha querido sustraerse a la crítica al amparo de Borges. Hace trampa, y Kodama le ha impartido una lección de economía real.

En cuanto a la viuda en sí, una noche a las dos de la mañana me refirió la siguiente escena. "En Marrakech, un contador de cuentos relataba historias a la multitud, repitiendo una y otra vez el nombre de Borges. Explicaba una narración suya, utilizándolo además como confabulatore, y lo adaptaba a gente humilde, sin estudios, y analfabeta, de una ciudad africana". Fernández Mallo ha desarrollado la misma técnica, pero no conmovió a la viuda.

El remake de El hacedor podría titularse de cualquier otro modo. Dado que experimenta con lugares y películas, el autor debió omitir cualquier mención a Borges en la línea de Alain Sokal, y comprobar que los lectores no captaban el eco borgiano. Gracias al error, mi ejemplar será un objeto de culto, que sacaré a subasta en eBay tan pronto como supere la cotización de mil euros.